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Residencia: Por las vías del tren Caldera, Atacama - 2018 Residente: Sebastián Vidal Campos
Publicado: 21 de marzo de 2019
Autorretratos: mujeres que se miran

Llegó marzo y de a poco hemos avanzado en el Fanzine, tal vez demasiado lento. Con la Ale logramos coincidir los horarios y nos organizamos para llevar a cabo su idea, entrevistar a la “Cata”, una mujer que vive en situación de calle en Caldera y que es conocida por casi toda la ciudad. Nos reunimos a tomar desayuno las tres: Ale, Cata y yo, además del “Chikitiro” y el “Antichucho”, perros abandonados en la calle y rescatados por ella, que más que sus “mascotas” son sus compañeros, sobre todo el “Chiki”, quien según nos contó, no sólo la ha defendido y salvado de los intentos de robo que ha sufrido en su “ruco”, sino que también se ha convertido en su apoyo y guía para cuando vienen las “crisis” (perdida de la visión) que le impiden valerse por sí misma.

Durante la conversación nos contó parte de su vida, su historia, y a pesar de que respondió todas nuestras preguntas, sus silencios develaron esa parte de la historia que era mejor olvidar. La mañana pasó rápido, hace años no tomaba desayuno frente al mar, y conocer la historia de otras mujeres siempre me deja una sensación de querer hacer algo más, y no siempre hay que hacer tanto, a veces solo necesitamos que nos escuchen un poquito, ese simple acto puede cambiar nuestro día.

Esa mañana, con la Ale, mientras esperábamos a la Cata estuvimos conversando y me volvió a comentar su interés por la fotografía, con ella ya eran tres las chicas que me habían comentado lo mismo, por lo que la idea de organizar un “taller” de fotografía tomaba fuerza, más aún bajo la premisa del día de la mujer, por lo que sentí la necesidad de ir un poco más allá y no solo hablarles de cosas técnicas. Las invité en definitiva a ver la fotografía como una herramienta y un medio de expresión. Así nació “Mujeres que se miran”, ejercicio de autorretrato fotográfico que buscaba la de-construcción de estereotipos, la utilización del cuerpo como una herramienta compositiva y exhibirse desde y bajo sus propios principios estéticos y emocionales.

 “Tomar el cuerpo como un campo de batalla, pero también como un territorio”

Partimos el proyecto con un visionado del trabajo de algunas fotógrafas chilenas y extranjeras que utilizan el autorretrato como testimonio de la propia presencia y la búsqueda de asentar la existencia femenina. Nos reunimos un sábado para que así pudieran asistir todas las interesadas. El lugar fue en nuestra casa calderina. A la cita llegaron Sofi, Javi,  Mari y Jenny. Luego de ver la presentación que había armado, nos quedamos conversando y reflexionando sobre lo conversado y visto, así fue como la Mari junto a sus hijas decidieron retratarse en el desierto, y como el tiempo estaba en contra nos organizamos para ir al día siguiente a hacer las fotografías.  Así  fue como en grupo partimos el domingo por la mañana. Entre uno que otro retraso, nos fuimos en la “nube voladora” (el auto de Jenny), sin saber bien cuál sería la locación. Probamos un par de lugares hasta que decidimos ir en busca del “Mar de Dunas”. Tomamos la Ruta del desierto, las chicas habían ido alguna vez. Yo nunca, así que me fui disfrutando del camino. Pasamos la Mina San José, de ahí en adelante el camino ya no estaba pavimentado, pero seguimos nuestro viaje hasta  llegar al kilómetro 848. Entramos por un angosto camino y nos encontramos con un grupo de hombres en moto. Me gustó escuchar, al unísono que todas detestamos no sólo su presencia si no que su “deporte”. Por fin estacionamos. A nuestro alrededor kilómetros de arena hirviendo y solo el sonido del viento, Sofía, la niña del grupo, fue la primera en correr duna abajo. Le siguió Jenny, nuestra autoproclamada “productora”. Entre todas decidimos cuál sería nuestro escenario. Caminamos un par de metros bajo el rey sol. No había ni una sola nube en el cielo. Decidimos partir con el retrato familiar. No lo mencioné antes, pero su retrato sería al desnudo. Tampoco mencioné que no había trabajado nunca antes desnudos. Sin embargo, a pesar de ser algo nuevo para cada una, sin darnos cuenta estábamos riendo y solo siendo nosotras. Jenny me ayudaba con el equipo, ya que moverse en esa arena caliente era un sacrificio. La verdad, es difícil explicar con palabras el día que compartimos, espero que las imágenes puedan expresar de mejor forma todo lo que me gustaría contar.

Luego del retrato grupal seguimos con los individuales. Primero la Mari, después la Sofi y luego la Javi. Entre tanta risa y conversación, Jenny nos sorprendió diciéndonos que sí se haría un autorretrato, también desnudo, pero esta vez en la playa. El sol estaba en lo más alto  del cielo brillando, y el viento a ratos detenía la brisa fresca que nos mantenía a salvo del intenso calor. Hacia el final de la sesión se nos acabó el agua, y creo que si no es por el calor y la sed hubiéramos seguido muchas más horas. El camino de vuelta al auto se hizo el triple de largo. Y cuando por fin llegamos, al partir, casi se nos entierra la “nube voladora”. Pero como todo estaba a nuestro favor, salvamos ilesas. En casa, los chicos: Jaimito, Renato y Seba nos esperaban con un súper almuerzo. Así que terminamos el día recibidas con todo el amor de los chicos, pero mucho más colmadas de la fusión de nuestras energías.

La semana siguiente, el mismo día que Jenny quería tomarse su autorretrato (equinoccio de otoño), también era el único día que Dani tenía un ratito libre para ver la presentación con el trabajo de las fotógrafas y hablar sobre su visión para el autorretrato, se suponía que también estaría Cherry pero no pudo asistir. No alcanzamos a cerrar la reunión con la Dani y Jenny  ya había llegado a buscarme. Definitivamente los días de correr habían llegado. Así partimos otra jornada. Esta vez éramos cuatro: Jenny, Mari, la Javi y yo. Nos fuimos un poquito más al norte, a la playa Ramada, que si bien en verano es agradable, terminada la temporada estival se puede apreciar lo realmente hermosa que es. Íbamos en busca de la luna llena y con las expectativas por el cielo, después del día que tuvimos en el Mar de dunas. Llegamos pasadas las siete de la tarde. Los colores del atardecer eran perfectos. Jenny, rápidamente se introdujo en el mar. Yo la seguí con la cámara al cuello. Ya habíamos conversado sobre su retrato y sentía que ambas sabíamos lo que teníamos que hacer: ella frente a la cámara y yo tras ella. Entre tanta zambullida y disfrutar de las olas, Jenny perdió sus lentes, anécdota que en el momento no importó mucho hasta que nos tuvimos que ir. Jenny no ve nada sin los lentes, así que no podía manejar. Por lo que nuevamente Jaimito aparece como nuestro salvador al rescate.

El sol ya casi se ponía cuando la Mari se nos unió en el agua. No duró mucho rato con nosotras y se adentró en el mar seducida por las olas. Afuera en la arena, nos observaba la “Negra”, que por su pega y su labor de mamá no había podido sumarse más temprano a la aventura. Ya con la puesta del sol, el viento se sintió más helado y la luna ya debía aparecer en cualquier momento, por lo que decidimos salir del mar. Esta vez estábamos mejor preparadas: teníamos agua y comida de sobra. Además de la sorpresa que tenían preparada la Mari con la Javi, que habían llevado leña para hacer una fogata y así celebrar juntas la llegada del equinoccio de otoño, recargándonos no solo de la nueva energía, sino que también compartiendo y conociéndonos un poco más. Era mi primera fogata en la playa acompañada solo por mujeres. Apenas cinco mujeres, quizás con pocas cosas en común pero unidas por una fuerza mayor mucho más potente. Como anécdota, luego del hermoso atardecer el cielo se cubrió de nubes y la luna no apareció en toda la noche.

La tercera en unirse al grupo y tomarse su retrato fue Anita María junto a su hija, la tierna Cami. Esta vez haríamos las fotos en su casa. Llegué temprano y antes de hacer las fotos, la Anita me iba a ayudar a preparar la carne mechada para los sándwich que compartimos durante la actividad cierre de la residencia, y el mural que pintamos en la sede de MDU SINDICATE. Debo agradecer a mi querida Anita por su ayuda ese día, por su cariño y un masaje que dejó mi espalda como nueva. Como dato, la mechada quedó exquisita y los sándwich causaron furor al día siguiente.

Volviendo a los retratos, Cami se nos adelantó e irrumpió en la pieza de Anita. Ella se fumaba un cigarrito y yo aprovechaba de tomar unas fotos para que se acostumbrara a la cámara. La Cami decidida se “tomó” la cama. Traía consigo su canasto de peluches, los que ordenó cuidadosamente sobre esta. También trajo a su gatito “café con leche”. La luz era perfecta y la cortina roja daba un ambiente rosado preciso. La pequeña comenzó a jugar con sus peluches. Me sorprendió lo segura y consciente que estaba, parecía saber exactamente como quería que fuese su retrato. También hicimos un par de retratos de ellas juntas, y al igual que las sesiones anteriores, la energía que creamos fluyó con ímpetu. Hacia el final, Anita quería retratarse con sus implementos de trabajo. Esta vez solo éramos Anita y yo haciendo las fotos. Creo que sentí una pequeña presión por un segundo, pero rápidamente la olvidé y comenzamos a trabajar juntas. Nuevamente, si no es porque la Cami debía tomar su leche y preparar sus cosas para el colegio, habríamos seguido de largo haciendo las fotografías.

La última en unirse al grupo fue la Dani. El único día que pudimos coincidir fue un domingo. Ese mismo día terminamos con los chicos los últimos detalles del mural. A las seis partimos a la playa «Las machas”, el lugar que ella escogió para su retrato. La puesta de sol nuevamente estaba hermosa. El Morro fue el elemento estrella de la escenografía. Nos metimos al mar y como una especie de ritual de despedida y liberación, la Dani se zambulló una y otra vez y lentamente se fue despojando de su ropa hasta que pudo seguir siendo ella, pero esta vez desnuda. Faltaban pocos días para que ella tuviera que regresar a su ciudad de origen, por lo que su primer paso por Caldera estaba llegando a su fin. Creo que el haberse retratado en esta playa con la que decía tener una conexión especial, fue una manera  simbólica de cerrar el año que vivió en Caldera.

Es difícil narrar el proceso de creación de este proyecto. Me cuesta encontrar las palabras para describir lo vivido sin parecer una siútica/mística. Pero no puedo negar que la experiencia,  no solo nos unió sino que también nos tomó por sorpresa. Jamás nos imaginamos el resultado que obtendríamos, ni mucho menos la energía y la conexión que hubo entre nosotras,  demostrándonos a cada una la fuerza interior que llevamos dentro. Dejando en evidencia que las mujeres sí podemos trabajar juntas, crear y vivir desde la sororidad, porque juntas somos fuerza.

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