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Residencia: Nuestro lugar de paso Colchane, Tarapacá - 2018 Residente: Francisca Jara (Valdivia, 1988)
Publicado: 17 de enero de 2019
Cariquima y alrededores

Tras insistir mucho y explorar contactos durante varios días, por fin ayer logré salir de Colchane rumbo a Cariquima, gracias a la amabilidad de Abimael y Roxana, dueños del hostal en donde vivo. Como Abimael provee servicios de construcción en Villa Blanca, y Cariquima queda de camino, accedió a llevarme al pueblo sin mayor problema, incluso me dio algunas indicaciones sobre alojamiento en caso de necesitarlo.

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Una vez en Cariquima, no sólo hablé con la tía Julia, sino también con la tía Teófila y su familia, entre otras personas que me concedieron espacios de intercambio.

Es muy interesante ver cómo va tomando forma este relato colectivo de lo “valioso”, sacando a la luz memorias personales, anécdotas, saberes ancestrales, leyendas, situaciones cotidianas de interés comunitario, y demandas, entre muchas otras cosas. También, apreciar las reacciones de las personas frente a las fotografías de regalo, que muchas veces funcionan como disparadores de la memoria, aportando nuevas texturas a las historias entregadas.

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Debido a las escasas posibilidades de transporte en la localidad, tuve que quedarme en Cariquima una noche y medio día más de lo previsto. Como no hubo bus de retorno a Colchane hasta las 18:00 hrs., utilicé el tiempo de sobra para recorrer el pueblo.

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Caminé por sus calles, laderas y cerros, llegando lo más cerca que pude de la Mama Huanapa, pero ella está a una distancia que no es posible alcanzar durante un solo día.

Aun así, tener la posibilidad de mirar Cariquima desde la distancia y otras alturas, me ofreció nuevas perspectivas del territorio y sus alrededores. Durante el recorrido, puse a prueba mi resistencia física, y como recompensa, recibí momentos de silencio y quietud, sólo interrumpidos por el sonido de truenos y relámpagos cayendo sobre otros poblados, cuyas luces era posible de percibir a simple vista.

En un ámbito muy personal, no deja de maravillarme cómo el paisaje del norte permite tan alucinante apertura de la visión, imposible de experimentar en el frondoso sur del cual provengo.

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De acuerdo a las tradiciones locales, debía saludar al subir y despedirme al bajar, el cerro más cercano, hijo de Huanapa y lugar de ofrendas a ella durante las distintas celebraciones que se realizan dentro del año Aymara. En teoría, habiendo hecho esto me aseguraba de recibir el permiso y la protección de Huanapa durante mi aventura.

Más allá de si es cierto o no, fue curioso que a pesar de las tormentas cercanas y que Huanapa “llevaba su velo” (es decir, su cumbre estaba cubierta de nubes), dejó de llover justamente desde el momento en que empecé el recorrido, hasta que logré encontrar un bus que me llevara de regreso a Colchane.

A pesar de mis dudas en la creencia, le envié mi respeto y gratitud pensando en ella de camino a casa.

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