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Residencia: Lugares comunes Nenquén - Palmilla, O'Higgins - 2018 Residente: Colectivo Al muro
Publicado: 12 de diciembre de 2018
Día y noche

Ya las mazorcas han crecido a pasos agigantados en tan solo dos meses. Cuando apenas habíamos llegado eran unas pequeñas plantaciones y han crecido más rápido de lo que imaginábamos… observamos entonces que el paisaje se ha hecho aún más verde, más luminoso, y una suave brisa nos acompaña al andar, a veces a favor, a veces en contra, sin embargo, siempre agita sutilmente las hojas de las plantas que existen alrededor.

En el cruce de La Estampa, el cual conecta con la carretera que va hacia Palmilla, vendedores de frutillas, miel y otros alimentos nos ofrecen sus productos. Son vecinos del Huique, de la Isla y otros sectores.

A un costado, junto al ruido de la carretera, aparece suavemente el sonido del río y coronándo, se funda delgado y gris el puente Los Maquis -o Chimbarongo-. Frente al puente, majestuoso y solemne se alza el ramal. Silencioso y envejecido, descansa hace años, solo despierta bajo la lluvia y muestra sus cálidos colores oxidados al sol. Sus imponentes arcos dan cara a la carretera y exhibe así, día tras día, su presencia en el cruce La Estampa, dando la bienvenida a la comunidad de Nenquén.

Nos acompañan a ritmo los conocidos y cotidianos trabajadores de la tierra. En su bicicleta y con la pala a cuestas, apoyada sobre el manubrio. Es habitual verlos pasar, camino al trabajo, a las labores diurnas de la cosecha y al trabajo del campo. De pantalones arremangados, ojotas, camisa y una chupalla de paja.

Noche:

Oscuridad absoluta rodea el campo. La luz existente proviene de las calles principales de Nenquén, de las casas, de los autos que transitan y de las estrellas que a lo lejos destellan en la carretera. A las melodías del día se han sumado la de los grillos, uno que otro perro, y la de los camiones que transitan en la carretera.

Los vendedores de frutas y miel que estén en el día, en el cruce La Estampa, se han marchado a sus hogares. Llega entonces, y solo a veces, un vendedor de papas fritas con su carro iluminado, con la idea de ser visto desde lejos por algún conductor hambriento. A su costado, y a pocos metros, el ramal del puente Los Maquis duerme en silencio. Ha ocultado su belleza y sus colores, fundiéndose en el manto de la noche. Está callado, soñando con volver a la vida con el tren San Fernando – Pichilemu. Imagina que está cargado de visitantes que esperan llegar a disfrutar del mar, o de obreros y artesanos que viajan de sus trabajos y de sus trabajos a sus casas. En otras ocasiones, recuerda a aquellos jóvenes que luego de una tarde de fiesta, y de unas cuentas damajuanas, toman el último tren para llegar a salvo a su hogar…

Y así el ramal al otro día volverá a despertar nuevamente junto al sol.

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