BitácoraResidencias de arte colaborativo

Residencia: Atlas Simbólico del Canto a lo Divino Loica - San Pedro de Melipilla, Región Metropolitana - 2018 Residente: Danilo Petrovich
Publicado: 26 de diciembre de 2018
Mimbre como antídoto para la dispersión

Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo

Wittgenstein 

Sandra nos comenta sobre un caballero que confecciona artesanía en mimbre en el Alto Loyca.

Don Carlos Herrada nació en Nihue el 5 de marzo de 1939. Su papá, Martín Herrada, le enseñó cuando pequeño el arte de tejer mimbre. Eso fue cuando tenía solo 7 años, ahora tiene 79. En esa zona no había fundos grandes, solo parcelas chicas. Don Carlos aprendió a fraguar, a construir, técnicas de mecánica, herrería, él hace de todo, según nos dice, es un mentholatum. Afuera de su casa se encuentra estacionado un camión aljibe medio abandonado que le gustaría que estuviera lleno de agua para combatir los incendios que se hacen sentir por la zona casi todas las semanas del verano. Don Carlos va a comprar a Popeta el mimbre, también tiene un poco plantado fuera de su casa. Se planta en mayo o junio y al año siguiente va a estar bueno para cortarlo, en el mismo mes de mayo. Se corta verde, se pone en agua, en barbecho y puede durar años guardado. El mimbre lo guarda en distintas bodegas esparcidas dentro de su propiedad. Tiene encargos de San Vicente, de La Manga, media docena de sillas, sillones, maletas, bandejas y canastos paperos. Antes los muebles eran de totora, que es más blanda para sentarse…

Este es un extracto de una trascripción libre de un registro extenso de la imagen y el sonido de la voz de Carlos Herrada. En este escueto ejercicio literario, transportamos su relato a una voz omnisciente, extranjera, que cuenta desde un punto de vista indeterminado lo que solo sabe don Carlos. Lo poco que vemos en este relato, parece dispersarse constantemente, abrirse a historias del pasado, a los recuerdos de su padre en los años 40’s, de pronto vuelve al presente en forma de “pedidos”, los cuales cohabitan en su mente con el pasado, su discurso se despliega abierto, múltiple, difícil de encarcelar en palabras, casi como una plegaria. Su traducción y su comunicación dependen también del ánimo del traductor, de sus categorías para convertir los sonidos en palabras escritas, de su hospitalidad, en definitiva.

En una visita posterior a su casa, tuve que subirme al camión aljibe antes mencionado para tomar unas fotos panorámicas del predio que rodea su hogar. Desde allí, pude ver distintas labranzas de la tierra, sembrados, tunas, frutales ordenados y desordenados, la plantación de mimbre a lo lejos, un parche de tierra quemado, melgas de frutillas secas, una noria con una bomba para extraer agua, autos abandonados, por lo menos tres o cuatro bodegas distintas, herramientas tiradas y más cosas. Fue como subirse a la punta de una mente y mirar hacia abajo y a los lados: las ideas dispersas, los sueños, la memoria, los recuerdos buenos y malos, lo útil y lo inútil, lo borrado, lo abandonado, lo fértil, y también los caminos para transitar entre estos lugares, que son los de la memoria y también los de la vida.

La artesanía, quizás lo táctil, la construcción de objetos domésticos, de volúmenes a partir de la urdiembre de hebras silvestres, de correas, de linas, lazos, cuerpos, contribuye a encontrar un camino posible para que la mente no se diluya entre tanta posibilidad, entre tanta dispersión, entre la vasta naturaleza.

Posdata 1: El término aljibe («algibe») proviene del árabe hispano alǧúbbalgúbb, y éste del árabe clásico gubb, que significa cisternapozo o fosa (depósito). Sin duda que las maneras de enfrentar la sequía es algo que compartimos, o quizas debemos a la cultura arabe.

Posdata 2: Luego, unos cantores nos contarán que Don Carlos era muy bueno para el “ala”.

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