Acompañar – en comunidad- el dolor. Esa es una tradición viñana que ha perdurado en el tiempo… “le llama la atención a la gente de afuera, porque cuando muere alguien del pueblo, todos van, se llena de genta, van todos” nos dice Magdalena Mora, la joven cantante de la localidad, con quien hemos compartido a lo largo de estos meses de residencia, al igual que con su madre Miryam, y la señora Nuri, ambas artesanas en totora y hojas de choclo. Estas tres mujeres (artistas y sensibles) son un fiel testigo de este potente patrimonio inmaterial, ya que Magdalena y Miryam viven en el sitio de la antigua iglesia, y Nuri vive al frente de la actual iglesia. En sus palabras podemos revivir ese evento e imaginar la masiva peregrinación repleta de flores, un ataúd ornamentado con hojas de palma, cual si fuera un portal, con flores y más flores. Para ellas, esta es una costumbre muy representativa de cómo el pueblo se une para acompañar el duelo. De aquí nace la idea de graficar esta visión más “virtuosa” de la dolorosa muerte, que deja una huella en las personas y en las comunidades, y en cierta forma, representa un recordis de la única certeza que tenemos: la muerte. Para la señora Nuri estas prácticas representan “lo bueno que queda del pueblo”, ya que también existen tensiones respecto de las malas prácticas (cuestionadas por la comunidad), como son los robos, la violencia, las drogas y el alcoholismo, “y es que ahora hay mucha gente de afuera, y cada uno ve por lo suyo y su familia no más”. Pese al aislamiento y la ruralidad de la localidad, sus habitantes son conscientes de la crisis de la sociedad, donde cada vez más predomina el individualismo por sobre la comunidad. Es por esto que tiene sentido representar esta costumbre local, ya que permite conectar con un elemento emocional transversal a la humanidad: la pérdida de un ser querido. En este cuadro colectivo que se titula Acompañar el dolor, se han escogido (en conjunto) elementos y materialidades icónicas como lo son la totora, las hojas de choclo, las flores, y más flores, la iglesia, las personas, y por su puesto la casi paradójica dicotomía del amor y el dolor, la pérdida y la compañía. Aquí, el contenido es la empatía comunitaria frente al dolor y la forma es el uso de íconos reconocibles para la comunidad. En el contexto de dar forma a tanto contenido presente en la oralidad de los participantes, es que se suma a nuestro equipo Ingrid Vásquez, diseñadora integral, con quien hemos podido ahondar en el universo simbólico de los ejes temáticos que se han ido profundizando (el trabajo y el sacrificio, el hogar, la familia y el amor, el” bien y el mal”, el entorno natural “su uso y mal uso”, la fiesta, la soledad y la tristeza, etc.), mediante el uso de elementos visuales como el color y las técnicas. Por ejemplo, cuando hablamos del trabajo y el sacrificio, se utilizaron colores fríos como el azul, para simbolizar la noche, la oscuridad, los pasos silenciosos de las personas caminando hacia sus trabajos por los solitarios caminos campestres. En la localidad es común levantarse a las cuatro o cinco de la madrugada para ir al trabajo. En el caso de las técnicas, el bordado, el textil y el tejido, es una práctica que la mayoría de las personas aquí conocen y desarrollan. A esta altura del proyecto, cada uno de los conceptos y las tensiones ya se están concretando en forma, verso, música y color, y es posible de ser percibido en forma y contenido.