Ya queda poco para terminar nuestra residencia en San Rosendo, estos 3 meses han pasado muy rápido y sin darse cuenta nos hemos convertido en parte de la comunidad, una parte bien sui generis, pero nos hemos ido aclimatando a San Rosendo, tenemos nuestros locales del barrio donde siempre compramos y nos conocen, de verdad nos conocen, no como lo hace Santa Isabel. Saludamos a la gente de vecinos y ellos nos responden llamándonos vecinos, la niña de al lado entra a nuestra casa para mostrarnos un cachorro recién nacido, hemos entrado a la casa de nuestros amigos colaboradores a comer y tomarnos algo un sábado en la noche, nos han invitado a los eventos del Liceo, a la presentación de Ballet de la Cata en Laja, a pescar al río con el Nico, hemos celebrado cumpleaños con un buen asado y un vino malbec, algunos pasarán navidad en estas tierras rodeadas de pinos que no están nevados, nos hemos acostumbrado a que nuestra casa tiemble cuando pasa el tren, a hacer trámites bancarios en Laja, sabemos los nombres de las calles y dar indicaciones a los colectiveros para que nos dejen cerca de nuestro hogar, conocemos los problemas de nuestros amigos, sus penas y alegrías y ellos conocen las nuestras, extrañamos a nuestros maridos y padres cuando se van a trabajar al norte, a las faenas mineras por turnos que duran semanas, nos duele que no hayan terrenos para construir casas y que los dueños sean las forestales, hemos aprendido la historia y la memoria de San Rosendo y aunque 3 meses no son nada comparado con generaciones que han vivido y soñado aquí, nosotros hemos aprendido a vivir y soñar con un San Rosendo mejor, y el día que volvamos a Santiago, es muy probable que algo de nosotros se quede acá junto a la Carbonera, la Casa de Máquinas, entre el Laja y el Biobío, entre nuestros amigos y nuestras amigas, y nosotros nos llevaremos a San Rosendo, a nuestros amigos y nuestras amigas a que estén entre Av. Brasil y Matucana, entre la Alameda y el Mapocho.