Esta semana terminamos los últimos detalles de los trabajos colaborativos, dando fin a nuestra residencia. Es por esto que nos propusimos reflexionar sobre el proceso vivido, y dar cuenta de las intensas experiencias que sucedieron en este corto tramo de tiempo.
El eje troncal de nuestro trabajo en relación a la mirada del otro debió acomodarse el día uno de intervención en el Liceo de Codpa, reconociendo a la comunidad Codpeña como la otredad que ejerce la estigmatización y el prejuicio sobre el grupo de jóvenes internas, donde ellas se sienten turistas de su propia realidad. Nos centramos en la exploración íntima de sus corporalidades, sus imaginarios e intereses, adentrándonos en la búsqueda de una identidad común donde ellas se reconocieran como colectividad, desde sus singularidades y diferencias, rearticulando una relación con el otro dentro de este mismo grupo. Todo esto a través del conocimiento del cuerpo propio, el cuerpo del otro y la composición de la puesta en escena, tramando de manera colaborativa una obra que diese cuenta de las problemáticas cotidianas de las jóvenes en relación a la comunidad en la que están insertas. El día de la presentación fue paradigmático desde esta perspectiva, ya que, por una parte, la comunidad estaba sorprendida ante cómo las jóvenes del Liceo se instalaron en escena como un solo cuerpo, realizando un trabajo disciplinado y sensible, y por otra parte, sobre cómo lograron posicionar un discurso potente e interpelador problematizando su condición de “afuerinas” a través del lenguaje del cuerpo, el teatro y la danza contemporánea.
En Chitita, el aislamiento geográfico y la fuerte convicción del profesor a cargo por educar a los alumnos desde su cultura, permiten vivenciar las costumbres tradicionales como una práctica cotidiana. El trabajo en la escuela se centró principalmente en la producción de imágenes audiovisuales donde los niños generaron materiales íntimos y espontáneos con una fuerte carga simbólica, a partir de las cuales indudablemente se filtran los resabios de una cultura milenaria mediada por el dispositivo de la cámara. Por otra parte, nosotros produjimos imágenes observándolos a ellos, inicialmente generando imágenes cargadas de juicios que en un corto plazo nos permitieron observar que nuestro punto de vista sobre ellos y su cultura constituía la mirada de un otro. Por esta razón, el producto final de la obra audiovisual busca poner en tensión estas dos miradas sobre una misma realidad.
El trabajo en Guañacagua se centró en juegos que promovían la cohesión grupal, el respeto por el otro y el auto reconocimiento, siempre con el foco puesto en la comprensión de la relación entre el espacio individual y el espacio colectivo. Realizamos un mural colaborativo donde cada niña/o plasmó su silueta en un muro para luego pintar en su interior el mundo singular que constituía su propio cuerpo, reconociendo los imaginarios personales y, a su vez, plasmando una imagen colectiva de los niños y niñas que conviven en la escuela. En este marco se planteó al otro como espejo de lo propio, generando un juego que abrió la multiplicidad de imaginarios presentes entre los niños y niñas que conviven en el valle.
Esta experiencia se constituyó como una apertura para todos quienes vivenciaron el proceso, una apertura creativa, corporal y conceptual, donde pudimos visibilizar cómo las singularidades pueden devenir intensidades a través del lenguaje del arte, generando radicales transformaciones al poner al cuerpo en el centro de la creación.