Mi viaje parte en La Paz Bolivia, de pasar de la locura de una Bienal de arte contemporáneo, con toda su carga al paisaje que ofrece el altiplano nocturno desde la ventana de un bus, hay sencillamente un abismo. Llego a Calama y Patricia, funcionaria municipal de Ollagüe, me espera amablemente en un local de completos, pollos asados y papas fritas frente del terminal de buses. Bajo con 2 maletas, 3 cajas de equipos, una caja de materiales. En su casa nos tomamos un café, “hay tanto que hacer simbólicamente en la comuna” me dice la Paty, conversamos un poco de Ollagüe, su mixtura, sus tiempos, sus conflictos, su paisaje, mientras esperamos la hora del bus rural. A las 5 de la mañana subimos, yo voy mirando al cielo en la ventana, ahí está el Guñelve brillante entre constelaciones, las estrellas que a medida que se va sintiendo la altura se van acercando y de apoco empieza a amanecer. Veo el salar de Ascotán, caminos cortados por trabajos viales, ruinas, volcanes activos y empieza la psicodelia del paisaje.
Ollagüe es un pueblo de 3 calles alrededor de una estación de trenes a 4.000 mts. de altura aproximadamente, el sol pega fuerte de día y en la noche es gélida. Siempre me imagino situaciones ideales, el optimismo al final me juega en contra, pero me ayuda a partir con fuerza y a elevar el espíritu. Unos minutos antes de llegar, dos mujeres hablan de las elecciones, dicen que nadie del concejo municipal es de Ollagüe, que en unos días más subirán buses y buses de afuerinos desde Calama y Antofagasta a votar, que todo seguirá igual, me meto como siempre en cualquier debate político y les cuento a qué vengo al pueblo, me dicen que sería lindo unir a la gente, que hay mucha pelea, que la gente no confía en nadie.