En San Rosendo llegó el verano y los 30° son la norma en las tardes. Las niñas y los niños vienen al salón a capear el calor y arman batallas campales, bombitas, lavatorios, baldes, botellas plásticas y vasos son los armamentos, agua las municiones. Los flancos donde ocurren las más crueles carnicerías (aguacerías debería ser el termino en este caso) son el patio de atrás y el frontis del salón. Los armamentos se reparten y solo existe una regla: No se puede entrar mojado ni combatir dentro de la “Casa Abierta”, los niños y las niñas la respetan como si fuera un viejo principio del bushido. Pero fuera de tierra sagrada, los gritos, el agua, las persecuciones y el combate frente a frente es la norma sine qua non. Algunos y algunas no soportan el calor y se autoinmolan con ollas o baldes de agua. Al final del día se pueden apreciar los cuerpos mojados en filas bajo el sol, esperando secarse para tomar once con nosotros. Los niños y las niñas de San Rosendo son “veranistas” nos recuerdan que nosotros cuando niñxs quizás también lo fuimos, quizás ser niño o ser niña y no ser “veranista” es una contradicción hasta biológica.