Hace unos días tuvimos un viaje en el tiempo, un viaje a mediados del siglo XX, donde todo San Rosendo tenía trabajo, un trabajo que directa o indirectamente estaba relacionado con el nudo ferroviario. Partimos por la casa donde alojaban los fogoneros y maquinistas, después pasamos por el bar donde se hacía el vino pipeño, -que tenía tanto público que el dueño tuvo que agarrar algunas pipas y ocuparlas de mesa-, después pasamos por un caldillo al mercado y vimos cómo la gente vendía a la entrada de la estación, dulces y pan amasado hecho en casa. Después subimos por la calle principal y pasamos por fuera del Hotel Corporación, la Ferretería, la Panadería, La Carnicería, la CTC, La Tienda Comercial y desde ahí bajamos a las instalaciones ferroviarias, la población 25 de Octubre donde viven los funcionarios de Ferrocarriles y sus familias, vimos cómo llenaban La Carbonera con el mineral, vimos a los funcionarios en las oficinas y cómo llegaban las máquinas a la Casa de Máquinas con su sistema de tornamesa, y a lo lejos, cruzando el río, se veía La Laja con sus 4 casas y su pequeña calle principal. Ese fue el recorrido por la memoria de Don Marío, Don Víctor y Don Eusebio de la Casa de Máquinas, quien nos cuenta que en los 80 le puso llave por fuera a la Casa para nunca más abrir. Hoy, el hogar donde se alojaban los maquinistas sigue funcionando pero con muchos menos usuarios, el bar ahora es un estacionamiento de camiones, el Mercado es la Municipalidad y en la Estación ya nadie está en la entrada vendiendo dulces caseros y pan amasado. El Hotel está en desuso y cerrado con candado, de los comercios en la calle principal existen solo algunos almacenes de barrio y verdulerías, la 25 de Octubre sigue existiendo pero solo quedan 3 o 4 casas originales. De las oficinas, la Casa de Máquinas, La Carbonera y los trenes… bueno el tiempo ha hecho lo suyo, pero ahí siguen, grandes sombras en la noche, grandes ruinas en el día que son recorridas todos los sábados por Don Víctor y el Último Jefe y un grupo de 100 o 200 turistas que llegan en tren desde Concepción y terminan almorzando en Laja. Don Mario nos cuenta que todas sus memorias las tiene anotadas en un cuaderno, no porque las olvide, de hecho siempre dice que todo lo recuerda con imágenes vivas dentro de su cabeza, como si sus ojos lo estuvieran viendo en el mismo momento en que nos cuenta las anécdotas e historias de San Rosendo; el cuaderno es la herencia que quiere dejarles a sus nietos. También Don Víctor nos cuenta un poco de Juan Garfias, fue un trabajador y dirigente ferroviario que trabajaba de Cambiador, era el encargado de jalar una palanca y cambiar las vías del tren… esperamos que nuestra “Casa Abierta” sea como Juan Garfias, que con una palanca nos permite cambiar de rumbo y viajar al pasado, o vivir el presente o imaginar el futuro de San Rosendo.