Una de las comunidades que cruza casi transversalmente a gran parte de la sociedad global y sobre todo a la occidental es la comunidad del fútbol. Llegar a Isla Chelín en la comuna de Castro toma alrededor de 3 horas en lancha. Escuchamos el partido Chile v/s Ecuador a través de la radio de la embarcación que, por primera vez, nos transporta. El resultado es demoledor: tres a cero. Ya ese dato sirve de pretexto para cruzar un par de palabras con algunos de los habitantes de la Isla que usualmente hacen ese recorrido para abastecerse de mercadería en general. Un par de días después, recorriendo la Isla, un afiche doméstico recuerda el entusiasmo y seguridad de triunfo sobre Ecuador que teníamos los chilenos. Al correr los días en esta zona insular cabe la pegunta por el éxito de la convocatoria a «vivir el fútbol» en «Locos x Chelín». La comunidad no necesariamente se circunscribe a territorios o espacios físicos concretos y la virtualidad de los procesos actuales parece ratificar con brutalidad dicha condición, a riesgo de hacer fracasar incluso al más colorido y prometedor afiche.