Para despedirme, escribo este último texto para decir algunas cosas con distancia, a la vez que escucho la bulla de la ciudad y extraño el viento huracanado después del mediodía, el sol que ataca, las largas conversaciones con los cabros chicos, mirar las estrellas sobre los trenes abandonados y las noches con mis amigas y amigos del pueblo. El trabajo en esta residencia desde su primera asamblea, tuvo como objetivo trabajar no solo con la representación simbólica, si no ponernos a prueba como comunidad ollaguina, y desde la acción colectiva demostrar la capacidad movilizadora del acto creativo.
Nuestras acciones celebraron la cultura quechua y las prácticas ancestrales de este territorio altiplánico, sin pretensiones particulares o autorales, discutimos e hicimos estas acciones en patota, varias de ellas fueron lideradas por la señora Carmen, Dorisleis, Graciela, Miriam, los profesores y por sobre todo los estudiantes del colegio San Antonio de Padua, repensamos las costumbres, el contexto político y social de Ollagüe, la falta de representación indígena en las autoridades, el efecto y el negocio de las mineras, el narcotráfico, la frontera, la pérdida de las costumbres, nuestros afectos, el amor por esta tierra. Hicimos que gente que no trabajaba junta por conflictos del pasado, vuelvan a compartir un poquito, aprendimos a lidiar con el fracaso, a abrirnos al conocimiento de otras personas que simplemente no hablaban por timidez y descubrimos que sus ideas tenían tanta razón y pasión como cualquiera, a dejar de ser solo espectadores de los símbolos, a crear todos los que queramos, a no ver el arte como mera contemplación, aprendimos a que la creación artística tiene mucho más potencia cuando es vivida, experimentada, y que al movilizar el cuerpo y el pensamiento, creas nuevas realidades y sin duda algo cambia en ti y por ende el contexto.
Si algún día pasan por Ollagüe, no crean que es un pueblo sin gente, a dentro de esas casas hay brazas encendidas, puede que algunas de las niñas y niños les enseñen el mundo que circunda entre dos calles o un yatiri les explique que están pisando un dios vivo, puede que salgan a la calle alguna noche sin destino y terminen jugando a la pelota a 4.000 mts. de altura, bailando una morenada en medio del desierto o inventando cien teorías de cómo arreglar el mundo con los profesores del colegio, de repente tienen la suerte de soñar con la difunta Ramona, les regala una chuspa con challa y coca y les enseña las costumbres.
Fin del comunicado