“Cuando los seres humanos tenemos la costumbre de ser amables, nos brillan más los ojos”.
En medio de la oscuridad solitaria de un pueblo pequeño como Freirina, que después de las 21.00 hrs. parece estar dormido, con solo algunos locales comerciales abiertos, me veo perdida en las calles. Veo que todas las subidas a Vista Hermosa no me llevarán a Vista Hermosa, mi carga es mucha, siento que subir todos esos peldaños va a ser un tiempo largo. Medito frente a la escalera, en ello, veo salir a dos hombres a compartir un cigarro, los observé sin miedo, al ver que sus ojos brillaban en medio de la oscuridad. Fue así como conocí a Don Queno, vecino de Vista Hermosa, quien me ayudó con la carga. Al llegar a destino se despide señalándome su casa. La señora Andrea, que vive por el mismo pasaje en el cual yo habito, pero en dirección contraria, me comparte abrigo para las noches frías. Por otro lado, la señora Juanita, presidenta de la Junta de vecinos, me facilita una mesa de trabajo, la que cargamos juntas, al hombro. Si quisiera ir detallando cada uno de los gestos de amabilidad podría aburrir, pero no es allí donde quiero ir.
Conocer y acercarme a los y las vecinas de Vista Hermosa fuera del contexto de reunión, me enseña a construir una nueva forma de crear relación, que parte justamente desde lo originario, lo cotidiano y lo práctico. Sin duda ésta es una vía de comunicación cercana. El lenguaje es básico y desde ahí les explico el porque estoy aquí, luego de que ellos sientan, antes que yo, la curiosidad de saber. Por primera vez no soy yo la que se presenta y les cuenta el porque estoy aquí. En este caso, para mí, ha ocurrido un tipo de “milagro social abstracto”, el cual despierta una amable curiosidad de hospitalidad.