“Por los aymara es considerado como un lugar sagrado que se ubica en el sitio más alto entre dos puntos de una trayectoria (Carvajal et al,. 2001). Se trata de un montículo artificial de piedras que se encuentra en ciertos caminos del norte grande, especialmente en encrucijadas de altura y en las cumbres. Se trataría de sitios que marcan la presencia de la Pachamama y de ciertas achachilas, de quienes se espera que ayuden en el viaje. Algunos, al encontrarse con una apacheta, levantan una piedra y frotan con ella su cuerpo para transferir el cansancio y recobrar fuerzas; con el mismo sentido ofrendan a la apacheta trozos de vestido o zapatos viejos. Asimismo, hay quienes dejan dones para los espíritus protectores (Van den Berg, 1985).”
Amanecemos con el primer rayo del sol, hacemos panes de jurel, cebolla, tomate y queso de cabra para el paseo, llevamos galletas agua jugos y las máscaras. Nos quedamos de reunir en la plaza las 10:00. Estamos Gabriela, Sonia, Matías, Lila y yo. Los niños debían cumplir con labores de la casa antes de poder salir. Al terminar emprendemos rumbo al bofedal cruzando el río.
Gabriela nos invita a realizar actividades que involucraban la imaginación y el movimiento del cuerpo. Se nos pidió que escribiéramos tres conceptos relacionados al territorio precordillerano y andino, en papeles pequeños, para luego doblarlos y ponerlos dentro de un sombrero. Papa, viento, montaña, cristo, árbol, chivato, puma, mariposa, roca. Ella al sacar uno de estos papeles del sombrero nos dirigía y nosotros debíamos interpretar ese elemento, animal, vegetal o idea. Los niños corrían y se reían de vernos mutar de piedra a papa. Nos agrupamos en parejas moldeando al compañero en un cóndor en vuelo, en una araña o correr imaginando ser humo negro.
Luego de transformarnos en elementos de la naturaleza, caminamos hacia la cascada. Nos sentamos en una sombra y comimos los panes y nos refrescamos cerca del agua. Los niños propusieron ir a la cueva de don Abraham. Se pusieron sus máscaras y caminamos hacia la cueva con cuidado para no toparse con las espinas de los pequeños cactus conocidos como jalejale. En el camino mucha alfalfa, terrazas en los cerros, eucaliptus, sauces, álamos, caminamos y nos encontramos con la cueva. Estaba cerca de un riachuelo lleno de menta, olía increíble. Ahora la cueva la habían cerrado y transformado en un corral para chivatos y corderos. Se podía ver la marca de hollín de las fogatas en la roca y sus utensilios de cocina. Los niños lo recordaban y contaban historias de ese lugar. Se escondieron debajo de un sauce y tocamos la armónica. Terminamos haciendo una apacheta. La adornamos con flores y le agradecimos a la naturaleza por brindarnos este día y de la oportunidad de conocerse. Nos fuimos caminando bordeando el canal de regadío, escuchando el viento y a Juan Pablo tocar la armónica.
En la noche celebramos mi cumpleaños, probamos el tumbo sour brindamos con la luna más grande hace años arriba de la montaña. Recibí el cariño de todos y todas. Esta semana volver a Ticnamar a finalizar los murales y seguir el trabajo en la sede con las mujeres.