A veces sucede que cuesta dimensionar lo que significa estar en una isla, particularmente en una como esta. Si te paras frente al muelle de Puerto Sur puedes ver Lota, si te paras en los riscos de Puerto Norte puedes ver Lavapiés, Arauco, Llico y todo lo que rodea a la Santa María. Pero hay días en los que la primavera se esconde y aparece el temporal. Allí recuerdas que esto es, a fin de cuentas, una isla, y que los 26 kilómetros que la separan del continente pueden volverse miles. Cuando Paty, la señora de la caja vecina, salió el otro día temprano, no pensábamos que la extrañaríamos tanto. El temporal cerró los puertos, el catamarán no pudo volver y los negocios empezaron a desabastecerse de inmediato. Rápido fuimos a comprar las últimas verduras, las últimas mermeladas y el último café. Una cosa es la falta de provisiones, pero la otra es la falta de dinero físico. Como las dos señoras de las cajas vecinas de Puerto Norte y Puerto sur estaban “atrapadas afuera”, la cosa comenzó a complicarse aún más.
Las jornadas de trabajo con los niños y niñas, las señoras y l@s vecin@s son algo en lo que ponemos bastante de nuestro ingenio, pero ahora nos enfrentábamos a un desafío mayor. Cuando todo empezó a escasear comenzamos con un meta-proyecto culinario: mil formas de comer papa y cebolla, pues, en un acto de previsión nunca antes visto, habíamos comprado por saco, uno de cada cual y era lo que teníamos hasta que pasara el temporal. Comenzamos con las papas rústicas, que tan populares se han vuelto en los restaurantes hipster del continente. Luego siguió la tortilla de patatas, aprovechando que Andrés padece de patriotismo culinario y la tortilla le queda de buti. Para alivianar un poco el asunto, Valeria se entusiasmó con la sopa de cebollas y Nicole con la mermelada (de cebollas también), pero no alcanzamos a extrañar la papa para cuando Mariano ya había comenzado a amasar los ñoquis.
Si tuviésemos más tiempo y mejor clima, pensar estos problemas como oportunidades para poner en práctica otras formas de vida, relaciones de cooperación más autónomas del sistema, reinstalar el trueque y la cocina pública y comunitaria sería un objetivo increíble. Una noche llegaron los profesores de Puerto sur y quedamos de intercambiar papa y cebolla por acelgas, aunque para estas alturas ya las cambiaríamos por ropa, conchitas, láminas, tazos o chistes fomes. Pero no. Vamos a aprovechar la escasez para reírnos un rato de nosotr@s mism@s, de nuestros vicios mundanos y neoliberales y esperar a que pase la tormenta, aunque las señoras dicen que no parará hasta el fin de semana. El pan de papa eso sí, ha sido uno de los mejores descubrimientos de este experimento.