Venimos saliendo del taller de las costureras de puerto norte rumbo a nuestro hogar. Aprovechamos de caminar un poco en los senderos sinuosos que ondean entre las casas, tenemos que hacer tiempo para esperar al bus- micro que traslada a los alumnos entre puerto norte y puerto sur.
Nos acordamos que ayer nos contaron algo maravilloso: “en Puerto Norte hay una pastelería” y las sonrisas cómplices se dibujan en nuestros rostros. Hay que aprovechar la oportunidad de visitarla y comprar aunque sea un trozo de torta o un queque. Pedimos instrucciones a algunas señoras de este lado de la isla, un lugar que nos recibe siempre con un viento que nos vuela y nos hace caminar en silencio, porque no se escuchan ni los pensamientos.
Un letrero en la ventana anuncia: “Llame y reserve su torta con anticipación” nos confirma que hemos llegado, entramos expectantes, pero para nuestra decepción solo vemos una vitrina con productos lácteos (los negocios y las casas son una misma cosa, por lo que antes de entrar hay que pedir permiso con un fuerte ¡Aló!). Un joven sale a atendernos sin mucho ánimo, no hay tortas ni queques ni berlines, así que debemos conformarnos con unos pancitos. Aquí todo se encarga y se va rápido, a las 6 ya es muy tarde.
La decepción nos dejó un pequeño vacío en los corazones, pero continuamos caminando. Cruzamos por un tramo pisando caparazones de pancoritas que crujían bajo nuestros pies, hasta llegar a una pradera con vista al mar donde pastaban caballos. Junto con nosotros llegaron unos niños a lazarlos para llevarlos a los corrales, los gritos y silbidos se mezclaban con el viento.
Sin hablarnos nos acercamos al borde de uno de los acantilados, cada una a su ritmo, para mirar el mar y la playa que se veía a lo lejos. Llegando a la orilla se nos aprieta el cuerpo. Ya nos habían comentado de los vertederos en los riscos, pero hasta ahora no los habíamos visto. Nos quedamos en silencio mirando la cascada de basura que bajaba hasta la playa.
En Valparaíso el problema de la basura es casi fundacional. La expansión hacia los cerros, la falta de acceso a las quebradas y la alta afluencia de turistas contribuye a que el paisaje se interrumpa con escenas como estas, pero en una isla que no puede expandirse, que no puede escapar de sí misma o esconder la basura en sus afueras, la pregunta del por qué resuena y estremece. Lo que no se quema se desliza hacia el mar, que probablemente lo llevará hacia otra isla tan bella como ésta en algún lugar del océano.
Llegamos al camino al momento justo que venía llegando Mauricio, el conductor del bus escolar. Le hicimos dedo para sacarle una sonrisa, a él y a nosotras mismas. Ya arriba, los “Holaaaa tíaaa”, los abrazos y besos de los niños nos devolvieron la energía y el calor al cuerpo.