Escrita por Gato (Luis Gonzalez)
1. Terminales
Trabajo con 12-NA hace poco más de un año. Entre varios de los proyectos que había entre manos, Mariano me habló de una residencia en una isla, pero recuerdo no haber entendido mucho cuando me lo comentó. Pasaban los días, semanas y me preguntaba, “¿y Gato? ¿Cuándo podés ir a la isla?” a lo que mi recurrente respuesta era “déjame ver mi calendario”. En realidad estaba con varias actividades paralelas y fui posponiendo mi turno de venir hasta que ya fue insostenible. “Es ahora o nunca -me dice Mariano-, vamos todos. Nos vamos después del workshop en Santiago”. Ya preparado mentalmente y, viendo algunos de los videos que habían estado registrando las chicas previamente, me fui imaginando un poco cómo sería todo por acá.
La verdad no venía muy convencido. Al pensar en una isla imaginé la falta de comunicación con el mundo exterior o que me aburriría más temprano que tarde. Finalmente terminó el festival en el que nos tocaba trabajar y nos fuimos al Terminal Alameda. Todos teníamos pasajes en buses distintos, pero con muy poco tiempo de diferencia, y para mi sorpresa me tocó Emma Safrainski de compañera de ruta. Ambos con guitarra en mano, aparte del equipaje, nos saludamos. A Emma lo conocía de la música, por aquí por allá y los típicos barsuchos de Valpo, por lo que el viaje fue agradable. Un rato de conversa y de ahí raja en el bus. El viaje era largo hasta el terminal de Conce, así que buenas noches los pastores. A eso de las 5:10 am llegamos al terminal. La mitad del equipo al igual que yo no conocía este lugar, la espera comenzaba a hacerse un tanto tediosa y yo lo único que quería a esa altura era llegar luego a la famosa isla y averiguar por mi cuenta de qué se trataba todo.
Intenté dormir en el bus de Conce a Coronel pero nada. Al llegar a Lota se hacían visibles los estragos de la crisis minera que azotó la ciudad: población de edad, perritos vagos en cada esquina y en muy mal estado. Sin embargo encontré un patrimonio arquitectónico sumamente interesante, “casitas que eran de los trabajadores de las minas” dijo alguien por ahí. Miramos el reloj que marcaba las 9 am, buena hora para un desayuno reponedor. Fuimos al mercado por un ceviche y luego a esperar al Catamarán. A las 12:30 emprendimos el rumbo. Luego de una hora y media de viaje aparecieron las lanchas, toda una aventura porque el barco te deja un poco más afuera del muelle, unas lanchas son las encargadas de transportar a la gente a la caleta que finalmente llegan a tierra, arrastradas por un gran tractor. Listo, pisamos tierra firme, llegamos a la Isla Santa María.
2. Tierras y Mares
El primer día fue tranquilo, el lugar era muy distinto a lo que había imaginado y se veía muy distinto también a lo que había visto del registro previo. Este fue el día de la abundancia de la casa estudio: asado y buena conversa, 13 personas en total entre chilenos, argentinos y un español (Consuelo, Nicole, Paloma, Sonita, Fermín, Emma, Arjona, Solar, Mariano, Akira, Nicolás y yo). Al día siguiente comenzamos todo lo relacionado a la residencia, las actividades que se realizaban en el lado sur y el lado norte.
Más de la mitad del trabajo ya estaba hecho por Nicole, Consu, Mariano y Arjona. La primera actividad fue en la Escuela de Puerto Sur, donde los niños recibían a los chicos como súper héroes, con mucho cariño y afecto. Junto a Emma comenzaron a escribir “la canción Nakama”, otro símbolo más de su experiencia. Durante los días que estuve compartiendo pude ver que la mayoría estaba muy entusiasmado y tenía claro el valor y las posibilidades del reciclaje. Cada uno de los niños tenía algo especial y por sobre todo las ganas y el entusiasmo. Todos tenían claro el concepto Nakama y el cómo cada uno de ellos se transformó en Nakama también. Con el pasar de los días y ya entrados en confianza, comenzaron a decirme “Miau”, “tío gato”, “tío gati” y varios sobrenombres ya derivados de mi sobrenombre oficial, que a todo esto me tomé con mucho humor y cariño. Registrando los testimonios de algunos de los chicos me percaté de que la ceremonia Nakama fue muy importante para ellos. Es increíble cómo puedes marcar de manera positiva a una persona con una pequeña acción. Casi todos hicieron referencia a esto al momento de señalar qué era lo que rescataban del trabajo realizado durante estos meses.
Al día siguiente, fuimos al lado norte, todos los que habían estado acá comentaban sobre lo lindo que era el camino, y todo por aquellos lugares. Mientras avanzábamos, iba corroborando al máximo lo que decían: kilómetros y kilómetros de puro verde, animales, bosques, mucho viento helado y mar. “Hacer dedo or die” es la máxima por acá. Debíamos llegar al Liceo de Puerto Norte pronto y si nadie te lleva son dos horas a pie por un camino donde el sol con el viento helado se unen en una poesía traicionera y de doble filo. Por suerte pasó una camioneta con alas de ángel. De ahí en adelante el viaje es casi onírico, parajes de ensueño para cualquier audiovisualista. Me imaginaba todo con música de fondo y todo calzaba de maravilla. Contemplar y maravillarse con la naturaleza y los paisajes ha sido una constante en mi estadía en este pedacito de tierra.
Entre ir y venir, Liceo Norte y Escuela Sur, se concretó una actividad en donde Emma tocó la canción que compuso junto a los Nakamas, y los niños la acompañaron con sus instrumentos construidos con elementos reciclados. Creo que todos pusieron el máximo de sí para lograr que funcionara, todos gritaban, cantaban y tocaban los instrumentos. Fueron varias actividades previas con los niños, entre medio de las cuales comenzamos a hacer el registro de sus testimonios. ¿Cómo te llamas? ¿Dónde vives? ¿Qué harías para continuar con el trabajo en las residuotecas? etc. La ternura y la elocuencia se mezclaban perfectamente en la mayoría de ellos. Aún se percibe esa luz y por primera vez en mucho tiempo sentí que no todo está perdido en la humanidad. Me voy con una linda experiencia y mucho más esperanzado a como llegué. Ya no me siento terminal, solo soy parte de la tierra y el mar. Ahora ¡a editar!.