Como equipo de avanzada (Mariano, Akira y yo, Consuelo) hemos llegado a la Isla hace 5 días. La velocidad del nuevo catamarán que viaja desde Lota a la isla no pudo amortiguar nuestra primera caída; la casa en la que íbamos a alojar se cayó el mismo día de nuestro arribo, a minutos de embarcar. El excel se desordena. 3 sujetos, 7 maletas, 0 casas, -3 señales de internet. Luego de un par de vueltas, recorridos mentales tratando de averiguar quién tiene casa, quién podría ayudarnos, dónde calentamos nuestros cuerpos, llegamos al hostal de doña Silvita, una grande.
Akira se hace amigo de Vicente, hijo de Pamela, hija de doña Silvia. Seguimos buscando, pensando y durmiendo (evadiendo), pero la solución está en nuestras narices; la casa de al lado podría estar disponible. Esa que se vende o no se vende, la abandonada, la del terreno gigante y un tractor de 200 años carcomido por la vegetación. La de una amiga de doña Silvia…
Acondicionar la casa va a costar, pero nuestras vecinas son de lujo, al igual que el guiso de luche, los camarones isleños, el pan y las papas. Día a día los materiales van encontrándonos: algas, redes, hamburguesas de lentejas, lombrices, tierra, latones, papayas, una cuchara atada con cinta que sirve como trampa para zombis y la llave inglesa del tata Iván, bisabuelo de Vicente. La casa va tomando vuelo.
Los cambios en la Isla desde nuestra primera visita se perciben. Las naves ya no llegan a puerto sur, sino al norte y eso lo invierte todo, la logística, los viajes y los ánimos. El excel se desordena. De todas formas no nos hemos alejado del camino (literalmente, ahora nuestra casa está al lado del camino…).