El río Jeinimeni es la frontera geográfica y política entre Chile y Argentina. En la víspera del mal llamado “día de la raza”, fecha donde empieza la colonización occidental a nuestro continente, caminamos alrededor de 18 personas, entre niñas, niños, jóvenes y adultos, hasta el puente que une los dos países para tomarlo como cancha. Con una raya en Chile y la otra en Argentina, nuestros cuerpos mestizos jugaron para borronear la frontera, el sonido de los guiños al raspar el cemento, tacharon la línea que impusieron los estados autores de La Conquista del Desierto y la Pacificación de la Araucanía, estados que cobardemente exterminaron con fuego y sangre culturas enteras, pero a pesar de todo no pudieron con la nuestra. El palín es un acto político, es un juego, un compartir, un ejercicio ritual, una ceremonia, un entrenamiento y un encuentro fraternal para conocernos y resolver conflictos. Hoy nuestra gente sigue viviendo la usurpación territorial a manos del estado y empresas privadas, tierras que por derecho ancestral le pertenecen al pueblo mapuche.
Nosotros como Williches desplazados, sabemos que nuestros antepasados vivieron una migración forzada a la Patagonia, una diáspora mapuche que se esparció a diferente ciudades del cono sur, warriaches o campesinos, fuimos, somos y seremos la extensión del wallmapu al extremo sur del mundo, nuestros antepasados continentales y chilotes fueron la mano de obra barata para poblar estas tierras y su memoria está tachada por la mitología hegemónica de occidentales y terratenientes. Hoy estamos aquí, en tierras Tehuelches, orgullosos y orgullosas de nuestras raíces, orgullosos y orgullosas de ser champurria, de ser mapuches, nos negamos a olvidar a nuestros antepasados y resistimos con ímpetu para fortalecer nuestra sabiduría.