Luego de varios intentos fallidos de concretar una entrevista con Ana Catrihual, una de las hermanas de la segunda generación más antigua de Pichico, logramos llegar a su casa en lo alto de uno de los cerros que dan a la escuelita Estrella Solitaria. Por razones de clima y no lograr una correcta coordinación hace varias semanas que no podíamos concretar el encuentro, sin embargo, hoy la lluvia no fue un impedimento y subimos el difícil camino que va más allá de nuestra ruta habitual a la escuela. Este camino se ha vuelto un obstáculo en ocasiones incluso para la nieta de la señora Ana a la hora de llegar a clases, debido a que es uno de los más abandonados por la municipalidad en cuanto a su mejoramiento y a que, gracias a las constantes lluvias de octubre, se ha convertido en un barrial con grandes socavones que el día de ayer nada más, resultó en el rescate del furgón de la profesora con un tractor. La comunidad del olvido, como la hemos visualizado ya que ha sido olvidada por los políticos y autoridades y en ocasiones incluso por sus mismos habitantes, habla a través de estos mismos caminos: está rota y es necesario que la reconstruyan con las manos de su propia comunidad. Ana Catrihual tiene 50 años de edad y es un actor clave en tanto es una de las pocas personas y sobre todo mujeres, que se dedican a la actividad comercial más allá de la autosubsistencia, ella confecciona muebles y artículos de madera para el hogar, es una artesana y además comerciante. Nos recibe una vez más como todas las casas donde nos han abierto las puertas con mate, sopaipillas y dulce de membrillo. Disfrutamos la conversa porque a partir del Trawun para relatar historias que realizamos con la comunidad hace unos días, tenemos un poco más claro los nudos históricos e importantes que cruzan los relatos de la comunidad traspasando generaciones. Historias de encuentros cercanos con el león y problemáticas cotidianas como las del agua forman parte de esta conversación pero también detalles de su historia de vida, que aunque a ella le parezcan naturales, a nosotras no dejan de sorprendernos por la resignación con que han experimentado una cotidianeidad dura y precaria. Me voy con una sensación de gusto de su casa y agradecimiento, pues son finalmente esos pequeños detalles de su vida personal que quizás nunca había compartido con un extraño, los que le dan colores, olores y formas a la historia colectiva de la comunidad pichicana.