Hoy nos juntamos con la señora Lila, vecina de Puerto Sur que conocimos hace unos días viendo el último partido de Chile en la cantina de Don Euge, EL lugar para ver partidos en la isla. Nos invitó para que la acompañásemos en su oficio de fin de semana, recolectando algas en las playas del sector. Hay que aprovechar que la marea ha bajado, luego de las intensas lluvias y la luna llena que nos acompañó la última noche.
Ella se ofreció a mostrarnos la isla desde su perspectiva y sus relatos, pero también quiere que conozcamos las complejidades de ser alguera en estas costas. Es por esto que nos lleva a uno de los sectores más difíciles, La Dolores. Desde que supimos que vendríamos a la Isla Santa María tuvimos la intención de saber cómo es el oficio de las algueras, viendo en ello otra expresión más de la potencia del trabajo de las mujeres en esta isla.
Luego de atravesar bosques, un poco de reconocimiento herbolario y alguna que otra caída por unos traicioneros barrancos, llegamos a la playa a comenzar nuestra recolección. El ulte (tallo de Cochayuyo) está tirado en la orilla esperando. La señora Lila saca su cuchillo y empieza a cortar, enseñándonos a identificar cuál está fresco y cual ya está cocido por el sol. La seguimos, observando y aprendiendo lo que nos va mostrando hasta llegar a los roqueríos donde las olas revientan y se dividen las playas. Del otro lado está La Ballena, allí nos dirigimos pero la señora Lila no quiere rodear el sector, prefiere meter sus pies al mar y pasar entre las rocas, porque así lo hacen ellas y la mar esta baja, así que no hay problema, dice ella. Tres altas y una baja, es su conteo para las olas. A mitad de camino descubrimos que el cálculo no fue exacto, porque el agua comienza a inundarnos las zapatillas. Lila sigue su ruta con convicción y nosotras tras de ella. Del otro lado espera el Luche, que a pesar de estar corto puede ser recolectado.
Arrancando el alga de las rocas intercambiamos orgullo por nuestra nueva habilidad. Si se nos acaba antes de tiempo el presupuesto de alimentación al menos ya tenemos una forma de sobrevivir en la isla, suponiendo que sin la ayuda de la señora Lila pudiésemos hacer la pega nuevamente. Nuestra profe saca su bolsa hecha de red (si, esa que estuvimos re-versionando con las señoras de Puerto Norte hace unas semanas), que hizo ella misma con ayuda de uno de sus hijos y ahora usaremos para transportar todo el Luche, que no es poco. Con esfuerzo logramos convencerla de no devolvernos por el mismo lugar, pues a pesar de haber sido divertido aun nos parece un poco peligroso para nuestros inexpertos cuerpos.
Camino de regreso nos enseña la casita del matrimonio que duerme en la parte alta de la playa y que cuida los Locos de la pesca no autorizada, que los árboles crecen raros debido al agua salada, como unos chonguitos. Fantasea con hacerse una casita allí en esas lomas y ser libre, dice ella. Porque aquí cerca de la mar es libre, ver la playa la reconforta y ella brilla. Eso es lo que vemos nosotras también. El único deseo de la señora Lila era volver a la Isla y conocerla, porque a pesar de ser isleña nunca pudo salir a recorrer. Una vez viuda agarró sus cosas y se devolvió desde Coronel. Ahora conoce hasta el último rincón de la Santa María gracias a su trabajo como alguera, oficio que practica hace ya 20 años.
Nos muestra uno de los cementerios indígenas que aparecen en el mapa de nuestro estudio territorial y algunos lugares donde los isleños acampan para año nuevo con sus familias. Dice que se arma la grande. Nos cuenta la historia de un señor que encontró una hoya con monedas en este cementerio y que vendió por 50 pesos. Lo pillaron eso sí.
Cuando ya va faltando poco para la despedida, con emoción y energía comienza a programar próximas salidas a Las Tres Cuevas, Punta de Lobos, Las Vertientes y otras, mientras nos vamos desplomando camino a casa. El oficio de alguera es rudo y nuestros cuerpos lo saben.