-Abrígate, porque Puerto Norte es frío- me advierten de entrada a los 15 minutos de haber pisado la isla por vez primera.
Sin tiempo de pensar nada, subimos a una camioneta y ante mis ojos comienza a desplegarse Santa María, como un tapiz lleno de colores, contraste de campo y mar viviendo en total armonía. Y al medio, el camino, uniendo los polos y dividiendo el paisaje.
Llegamos a destino y el viento es el primero en darnos la bienvenida. Bravo, impetuoso, indómito escultor de páramos y acantilados.
Cerca nuestro hay un pequeño refugio hacia donde nos dirigimos. Entramos y una docena de mujeres nos miran alegres al estar frente a ellas, me introducen al grupo. Traemos un juego que hemos diseñado para conocernos mejor, se seleccionan cartas con íconos que señalan las cualidades de cada una y también de las compañeras. Las miradas se enfrían como el viento al explicar las reglas del juego que parecen más complicadas de lo que de verdad son. Ponemos la tetera para entibiar los corazones al calor de un té, galletitas y queque para endulzar. Repartir ocho cartas para cada una. Tu turno, el mío, el de ella. Cambio de cartas. Un gesto delator de alegría. Dar vueltas las cartas. Elegir sólo cuatro. Una sonrisa. Luego otra -¿Más tecito? ¿Me convida una galletita?-.
Nos cuentan que se autonombraron Las 33 del refugio, porque una vez las llamaron por teléfono y preguntaron que como estaban y en broma alguien respondió -estamos bien aquí las 33- y luego carcajadas por horas.
La tetera vuelve a sonar. Hace rato se acabaron las galletitas y el juego, pero seguimos conversando en torno a una mesa con materiales para reutilizar. Escuchamos sus ideas. – ¿Podríamos hacer eso, le parece?- Y los ojos brillan. Las manos revuelven los materiales, nuevas ocurrencias, toman tijeras, redes, bolsas, lanas y agujas. Cinco y media. Llega la camioneta, llueven los abrazos, -¡nos vemos mañana mijita!-.
Nos zafamos del viento y dentro de la cabina vuelven a pasar los paisajes que me dieron la bienvenida a la isla. Pero no son los mismos. Porque el corazón se va calentito y la mirada llena de entusiasmo.
*Esta bitácora fue escrita por nuestra segunda invitada en la residencia, Ingrid Semler.