Me enteré* del proyecto de la isla cuando estaba en La Paz y desde ese momento tenía muchas ganas de participar. Me parecía increíble poder estar unos días trabajando con la comunidad de una isla, tan pequeña y alejada.
Estuve un mes haciendo una residencia con los chicos de 12na en Valparaíso y para cerrar el ciclo tuve la oportunidad de ser parte de esta experiencia. Los comentarios de las personas que ya habían estado en la isla no eran tan alentadores. Desde el clima frío, la lluvia intensa y el ataque de pulgas, hasta la poca señal de teléfono, el aislamiento y sobre todo la lenta respuesta por parte de la comunidad.
Casi al llegar a tierra firme, un pasajero del catamarán se me acercó para preguntarme de dónde era, le dije que de La Paz y su respuesta fue: “felicitaciones, usted parece europea.” Ya varias veces, en distintos lugares, me hicieron comentarios de ese tipo, y no sería el último en la isla. Parece que mucha gente piensa que ser boliviano está estrechamente ligado a tener rasgos indígenas y que esto es una condición que, si logras superar, merece celebración.
Llegué a la isla el viernes 27 de octubre con las expectativas bajas pero con un clima perfecto, el sol brillando y la oportunidad de experimentar por unos días la vida y el trabajo en una isla. Hasta ahora sólo había estado en la Isla del Sol y en la Isla de la Luna del lago Titikaka, así que sería la primera vez que tendría el mar a 360˚. Luego de almorzar empecé a hacer una mochila prototipo, utilizando un par de jeans, red, cordón y velcro.[1] Avanzada la tarde fuimos a la playa Ballenas. Era como estar en una película, una playa grande y hermosa solo para nosotros.[2]
El domingo llegaron Consu y Nico, ordenamos la casa, cocinamos y fuimos a pasear a la Lobería, un paisaje totalmente nuevo para mí[3]. Vimos el atardecer y al volver a la casa llevamos entre todos, al mejor estilo Nakama, un palo de 10 metros de largo que encontramos en el camino y que eventualmente sería el futuro mástil de la Residuoteca.
El lunes en la mañana, fuimos con Pía a trabajar con las señoras. Parece que yo llegué en el mejor momento porque todas eran muy amables y estaban súper motivadas y entusiasmadas[4]. Algunas empezaron a preguntarme de dónde era, cuando les dije que de Bolivia, nuevamente reconocí ese típico rostro de impresión e incredulidad. No sabían cómo decir lo que pensaban, alguna me dijo que no parecía de allá porque en la altura uno se quema mucho la cara, otra me preguntó de dónde eran mis papás y abuelos, y como la respuesta tampoco les resolvía la incógnita, tuve que decirles que mi bisabuelo era italiano, finalmente se quedaron tranquilas con esa respuesta, y les expliqué que en Bolivia hay de todo, hay mucha mezcla al igual que en otros países de Sudamérica.
En la sesión intercambiamos algunas ideas de bolsos y cada una empezó a trabajar eligiendo prendas para reciclar que ellas ya habían llevado. Fue muy lindo ver que ellas estaban tan enganchadas con la actividad. Ya en casa y con más energía que antes hice una bolsa de red basada en el diseño de una de las niñas, para que puedan recoger basura del mar.[5] Al día siguiente continuaríamos con las señoras del Sur y sería la inauguración de la Residuoteca de la Escuela Francisco Coloane.
El día amaneció muy nublado, frío y ventoso, pero como no llovía, nos vestimos rápido y fuimos a trabajar con las señoras. Cuando llegamos ya estaban todas ahí, no se las veía tan motivadas como el día anterior, pero solo el hecho de que hayan llegado en un día feo ya era un gran logro. Los chicos nos habían advertido que cuando llueve ellas no aparecen.
Una de las señoras había llevado una jardinera de jean de una de sus hijas para reciclarla y convertirla en mochila, pero como vio que me había gustado, me la regaló. Realmente mi experiencia personal con las señoras fue muy buena, casi todas me parecieron amables, atentas y con muy buena disposición.
El soundtrack de esa sesión me pareció increíble, después de escuchar canciones de alabanzas a Dios pusieron Rata de dos Patas de La Hija del Mariachi. La repitieron unas 3 veces y varias cantaban la letra, incluida yo. Al volver a casa ya llovía y para mi empezó a mostrarse el lado oscuro de la isla. Hasta ese punto todo había sido muy ameno, pero realmente con mal tiempo en la isla las cosas cambian. Después del almuerzo todos hicimos una siesta porque no había nada más en lo que poder avanzar y se podía sentir cómo la energía de todos iba bajando un poco. Por el mal clima se cancelaron varias de las actividades planificadas para ese día, al igual que la inauguración de la Residuoteca. Sólo pasé unas cuantas horas en la isla con mal clima y ya admiro mucho a Consu y Nico por haber estado 45 días sin salir.
El día siguiente amaneció mejor, Nico y yo nos despertamos temprano para ir a recolectar algas y mariscos, volvimos con las manos vacías pero pudimos ver un hermoso amanecer[6], caminar un poco y empezar el día temprano y con más energía. Mañana parto y el tiempo se me hizo corto, creo que podría haberme quedado unos días más.
En la noche la pasamos súper bien, jugando juegos de mesa, tomando sopita de cebolla y cuestionándonos sobre la abundancia. Cuando recién llegamos comíamos mariscos, bebíamos mucho café y comíamos postre y yo pensaba “que bien se está en la isla”, pero ahora recuerdo esos días como muy lejanos. Pronto se había acabado el café, la fruta, los mariscos y por la lluvia los negocios se habían desabastecido. Extrañaba el café, pero en ese punto no sabía que luego también iba a extrañar el Nescafé.
Pienso que para mí, al venir de Bolivia, la percepción de la isla es distinta. Para empezar veo muchas cosas que para el resto son muy precarias pero yo las comparo con el área rural de Bolivia y pienso que aquí están muy bien. Siempre hay cosas que se pueden mejorar, pero tienen luz, tienen agua, tienen gas, un catamarán, señal de teléfono, señal de internet, escuelas bien montadas, fondos que apoyan el desarrollo, profesores capacitados y están auxiliados y conectados en general. De la misma forma, me pareció que las personas de la isla eran muy abiertas, receptivas y participativas, me imagino que también tiene que ver con la etapa en la que llegué.
Parecía que no iba a poder salir por el mal tiempo, pero ya tengo el ticket en mano. Concluyendo mi estadía, puedo decir que he disfrutado muchísimo de la isla. Los paisajes, la inmensidad, el sentirte tan pequeño y tan grande a la vez. La compañía ha sido perfecta, tuve suerte de compartir con gente tan linda, divertida y con el corazón muy grande.
Estoy muy agradecida con la isla, y con todos los Nakamas que me acompañaron en esta bella experiencia que la guardo por siempre. Me voy recargada, renovada y motivada para poder seguir trabajando desde mi querida Bolivia.
*Esta bitácora fue escrita por Valeria Wilde, diseñadora textil residente de 12NA del segundo semestre 2017.
[1] Foto 1
[2] Foto 2
[3] Foto 3
[4] Foto 4
[5] Foto 5
[6] Foto 6