Los escenarios geográficos que acompañan nuestra residencia sin duda alguna son tan bellos como los de una postal. Zona de montañas y volcanes, lagunas, lagos y ríos, vegetación nativa que surge imponente en algunos sectores, ya que a pesar de las capas de lava volcánica, el agua les ha dado la fuerza para resurgir de entre las piedras. Después de un mes deslumbrándonos con estos parajes, a veces se me olvida que estamos aquí en plena cordillera y los ojos solo miran ensimismados hacia el camino mientras pienso en la próxima actividad que vamos a realizar. Pero es en ese momento donde me despierta una bocanada de realidad, pues con la mirada puesta en el suelo se descubren nuevos elementos que forman parte del entorno pichicano y que no están en armonía precisamente con este. Y es que a lo largo de los caminos, especialmente en las paradas de micro y alrededor de algunas casas, la basura abunda. Esta problemática es común a muchos territorios vulnerables tanto en lo rural como en la urbe y, a pesar de que el municipio ha avanzado en esta materia colocando contenedores y trayendo sus camiones recolectores un par de veces a la semana, pareciera ser que existe un tema pendiente y más profundo en relación al cuidado no solo de la naturaleza -que aquí es su único escenario-, sino que también del lugar que habitamos y el cómo lo habitamos. Hoy nos encontramos nuevamente con los niños de la escuela estrella solitaria pero fuimos acompañadas de nuestro amigo Queno, integrante de nuestro equipo que ha venido a compartir con los niños la importancia del reciclaje y la reutilización de la basura, de lo que creemos que ya no sirve y lo tiramos, de los elementos que se encuentran abandonados en los caminos de Pichico y de cómo darles una nueva vida para que también nosotros tengamos una nueva vida, más armoniosa, respetuosa con el espacio que habito y más feliz.