Hace un par de días me invitaron a animar una muestra folklórica y esa misma noche, soñé que gran parte de la clase política huía del país. Lástima que sólo fue un sueño simbólico y no una precognición. Yo iba a visitar a quien le correspondía asumir la presidencia, probablemente otro mafioso sin conciencia social, pero en cambio me recibía un hombre pequeño en una salita de la cuál no veía mucho detalle; yo estaba sentado muy cómodo y a mi izquierda figuraban, alrededor de una mesa redonda, el hombre pequeño, Nora (presidenta del Club del Adulto Mayor) y Nancy (integrante del Club de Huasos). Eran las mismas que conozco pero se veían mucho más jóvenes, de unos cuarenta años y al parecer eran amigas de “mi familia”. Hablábamos sin ningún protocolo. Ellas habían heredado la presidencia; en el sueño no existía nada parecido a un ministro del interior. Me contaban sobre las dificultades de enfrentar esta nueva situación, aunque no de modo dramático y no parecían estar sujetas a ningún tipo de presiones o estrés. Conversaban tranquilamente, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. En cierto momento me hacían un préstamo de dinero, algo así como cien mil y tanto de pesos, que sacaban de un caja fuerte. El “tanto” de pesos consistía en una cofre lleno de frutos secos, parecidos a los damascos que uno suele ver secándose al sol en las distintas casas de por aquí. Desperté, y al volver a dormir tuve una continuación a medias conscientes del sueño, en la que yo volvía, tras un tiempo prudente, a pagar mi deuda. Como ellas no estaban, dejaba el dinero sobre la mesa no sin cierta culpa.
Se sintió como un sueño providencial, tanto que no lo pude recuperar del todo. Apenas amaneció comenzó a operar el mecanismo de borrado; mi búsqueda mental era trabada por canciones y poemas que llevo pegadas hace un par de semanas. Pude rescatar una sola escena, o trozo argumental, una especie de síntesis del sueño: se trataba de Nora y Nancy saludando a un pueblo que, alegre, celebraba a estas dos mujeres con la esperanza de una vida mejor. Ahora que lo pienso, toda mi vida he visto, casi exclusivamente, a mujeres a la cabeza de organizaciones sociales dando cara por sus comunidades. Los hombres de generaciones anteriores suelen estar enajenados por el exceso (o falta) de trabajo. Más fácil sería imaginarlos de guata al aire mirando tele.
Juan