Juan Javier y su hermano, con las chiquillas de servicio país y dos estudiantes, empezaron a sacar sillas del comedor para el pasto crecido, al lado de la higuera y haciendo un círculo. Mientras, otros niños jugaban un pequeño fútbol en el jardín de la escuela.
Hoy sacaremos fotos imaginarias, indicamos mientras repartíamos unas bandejas de plumavit, con un espacio cuadrado en el medio. Eran cámaras blancas sin lentes, ni flash, ni botones, según los niños y niñas.
El ejercicio de encuadre y de retratar el entorno con las nuevas cámaras, había empezado. Los niños se confundieron con la vegetación explorando lo conocido. Llevaban sus croqueras para escribir de las situaciones fotográficas. Los sonidos del chic del obturador salían de la imaginación de cada niño. Hacían un clickkk, y con un lápiz, Simón anotaba y dibujaba lo que volvía a ver.
Después, venía el plato fuerte. Cámaras de verdad. Con rollo incluido, de las viejas. Entre todos vimos negativos a través del sol. Aprendimos cómo poner la película, quitar el seguro, obturar y correr el rollo. Debíamos hacer y retratar un bodegón con elementos naturales. Un grupo lo hizo sobre una silla, el otro en un rincón de arbustos y yerbas, sobre una tela de colores, colocaron todo lo que encontraron que pareciera abundancia.
Cada estudiante eligió de dónde sacar la foto y Gabriel le tomó una a su grupo de trabajo, mientras decía es que a mí no me gusta aparecer. Los ejercicios transcurrieron en el jardín de la escuela y al concluir fuimos al comedor. Apagamos las luces y empieza la proyección de fotos de San José de Marchigue y de los fotógrafos Bresson y August Sanders.
La diseñadora y fotógrafa Pilar[1] nos acompañó durante esta sesión y conversó de fotografía para cerrar la experiencia vivida.
Para la casa los estudiantes llevaron cámaras. Eran tres y debíamos rotarlas.
Pilar, en su regreso a Santiago, debía llevarse los rollos para el revelado e impresión, para su posterior selección para el libro.
[1] http://pilarcontreras.cl/