A veces es difícil trabajar en equipo o en colaboración. Cada uno tiene sus ideas, sus tiempos, sus preocupaciones cotidianas y remar para un mismo lado se vuelve dificultoso. Acá en Lemuy he conseguido articular cinco grupos de mujeres dispuestas a regalar su tiempo, esfuerzo, trabajo y cariño para tejer un canasto que represente su localidad, pero esto, no ha sido exento de problemas. Son pocas las que siempre llegan, aunque perseverantes y comprometidas. Otras, aparecen una vez pero al no haber un “pago”, se hacen humo entre los árboles. El sistema capitalista y neoliberal nos ha consumido hasta el absurdo. Nos ha fagocitado tanto que incluso en lugares tan remotos como éste, en los que la colaboración desinteresada era una forma de vida, ya casi no queda nada…
¿Cómo colaboramos? es entonces una de las interrogantes, la cual abarca los aspectos sociales y laborales de un determinado lugar pero también, en nuestro caso, los problemas artísticos y estéticos que subyacen ha el tipo de obra que realizamos aquí, en esta residencia, siendo ello por tanto una duda constante.
Cuando tomamos como prioridad hacernos “cargo de la realidad antes que trabajar del lado del simulacro, realizando intervenciones aquí y ahora” como señaló Ardenne, o entendemos en parte, “el arte como un estado de encuentro”, (Bourriaud), para mí esta forma de trabajo va más allá de los circuitos trazados por estos autores que finalmente repiten las lógicas de los sistemas de poder, sino que, lo que me interesa, es el hecho de que el arte se abre a un contexto y a la relación, al trabajo con el otro, al colaborar, al desinterés, a los afectos siendo lo importante: “el arte como forma de resistencia”. Una resistencia contra este sistema que nos asfixia, que nos empequeñece, que nos individualiza. Una resistencia a las ruinas, una resistencia al capital.