El terreno de la familia Barrientos en la península de Comao es alargadito de montaña a mar. A su ancho primos y hermanos, abuelo, padre e hijos, viven en diferentes predios que siguen aún repartiendose entre ellos. Don José -uno de mis vecinos- me habla del monte, la zona hacia el cerro desde donde cortan leña y abren camino para calentarse e ir conociendo sus tierras al mismo tiempo. Evelyn nos invita a pasear “a la pampa”, un sector llano donde las vacas suben a alimentarse unos minutos más arriba por la montaña desde su casa. Aprovechamos el paseo para registrar y recolectar elementos que puedan servir para intervenir y experimentar con el papel que haremos. El bosque en su mayoría esta colmado de Arrayanes, pero desde el arbusto de Luma crece un hongo que nos parece casi papel descompuesto, una suerte de fibra vegetal lista para mezclarse con algo más. Más que un bosque, estamos dentro de la selva chilena, en el forraje y paisaje característico de esta zona paralela a la carretera austral, con vegetación endémica jamás tocada y que tiene al agua y la leña como recursos únicos y esenciales. Evelyn nos lleva hasta los copihues, mientras nos preguntamos con los terneritos nuevos a lo lejos, si el río que cruza las tierras de Don José, tendrá el mismo nombre del puente Arvejas por donde pasa. Comienza a dibujarse de a poco el interés en torno al terreno, al paisaje y sus accidentes naturales; el territorio en definitiva de península como espacio de diálogo común.