La última semana de Noviembre llega Beatriz a apoyar con el trabajo con la comunidad. Bea es antropóloga visual/artista y colaboradora en proyectos anteriores. La he invitado a realizar una actividad en Club Renacer con el fin de incentivar la reflexión sobre la experiencia de las mujeres con su ciudad y las historias locales. Bea también realiza un ejercicio de etnopoesía que contribuirá a los videos que resultarán de la residencia y una visita a Paposo que nos ayuda a estructurar el trabajo en terreno con los niños. La actividad se realiza un miércoles caluroso, con un grupo de unas 15 participantes, la mayoría ya han estado en las actividades anteriores. A partir de una fotografía aérea de Taltal que data de 1955, las participantes dibujan y señalan su tránsito y habitar, así como los cambios acontecidos en Taltal en las últimas décadas. Se genera una caótica y animada conversación que se torna difícil de documentar.
“Fui invitada por Claudia para realizar una actividad de mapeo con la comunidad, también a realizar un trabajo de poesía etnográfica a partir de los audios que ella iba registrando. Hace tiempo que buscaba una oportunidad para trabajar con planos, mapas y las imágenes desde la perspectiva de los pájaros. La comunidad, esa comunidad siempre esquiva, siempre invisible, siempre ausente, y por ello mismo siempre presente. No se interesa en absoluto por dibujar planos. La idea inicial era trabajar con un grupo, el grupo del proyecto, una especie de comunidad cautiva. Que iría a conocer los lugares arqueológicos cercanos a Taltal, patrimonio incalculablemente valioso que yace en el páramo. Saqueado a veces. Olvidado siempre.
Qué significaba para mi estar ahí? ¿Qué significaba el trabajo de Claudia en ese lugar? Evidentemente cualquier actividad que concierne a la comunidad concierne a un antropólogo, es decir a mí, y si el proceso es artístico cuánto mejor para una antropóloga visual. Esa comunidad siempre esquiva, pero siempre finalmente presente, participó en cada actividad que se propuso, con su paciencia infinita, con sus tristezas, con su espontaneidad y con su alegría. La realidad es compleja, francamente compleja, no se puede entender desde un pensamiento puramente lógico. Y la belleza es todavía más compleja. El territorio como literal extensión donde todo sucede, territorio de tierra, territorio de agua, territorio de orilla, es también complejo.
Claudia había establecido redes y canales de comunicación con varios proyectos de la zona. Esta red informal y amistosa, me permitió no solo encontrar una comunidad cautiva para experimentar con la imagen aérea (experiencia que merece un texto aparte). También me proveyó de la oportunidad de realizar un pequeño viaje a Paposo: hasta allá viajamos como se suele hacer en el lugar, a dedo, es decir pidiendo un aventón. Nos subimos a un camión que iba a la mina La Negra, llevaba unos enormes objetos atrás. Nos fuimos con una señora de Paposo que ese día había ido a Taltal a buscar una peluca rubia para una actividad que preparaban en el colegio. En la mañana, cuando iba a Taltal la había llevado un camión igual al que nos llevaba ahora a Paposo, a partir de esa observación el chofer supo que había sido “el Mono”, su colega que iba ya de regreso a su mismo pueblo, allá cerca de Los Andes.
Durante ese corto viaje me enteré de las penurias de los perros galgos, los problemas de los guanacos, que el pescado estaba caro porque el mar estaba malo, que allá a 40 metros de profundidad donde está el congrio los pescadores no pueden llegar porque se forman “así como torbellinos”, que hay un molusco que se llama apretador que se pega más a la roca que una lapa, que a las lapas les dan miedo las estrellas de mar, supe de un lugar donde van a parir las ballenas…y de una infinidad de seres desconocidos para mí y más historias. Una infinidad de informaciones que hacían del territorio una experiencia realmente estrecha, cercana, abarcable, enredable.
En Paposo la señora Rosa nos indicó el camino hacia otra Rosa que esperaba al antropólogo que yo acompañaba. Tuve la maravillosa oportunidad de conocer una higuera solitaria a la bajada de una vertiente, allí había vivido una familia muchos años, criado muchos niños, a lomo de burro viajaban, pero después cuando abrieron la huella se fueron a su orilla, y allí quedó la higuera. Vi un muro de piedra que me contaron era larguísimo, que tenía quizás unos 200 años y que nadie sabía para qué lo habían hecho “los changos”. Vi perros y caballos famélicos, también burros felices y curiosos, ahí las hierbas conocidas aparecían apenas reconocibles.
De vuelta en Taltal, me pareció de pronto que todo a mi alrededor eran historias que explicaban ese territorio complejo de tal manera que casi dejaban de ser historias, para transformarse en información, y ese territorio en un nodo de su expresión. Pensaba en la casa de Claudia con sus rumas de libros: arte, educación, arqueología, leyendas de la zona, mientras escuchaba a la gente hablar en la calle o en la plaza; “aquí hay muchos empresarios”, conversaciones sobre bodegas, llaves, y esperas, y hombres solitarios en la plaza de una ciudad desde la cual todo parece remoto. Hombres canjeando pasajes tras pasajes en la fila de los pasajes. Todo era información, y el trabajo de Claudia era también información, era cruce de informaciones, como el territorio mismo.”