Estos días han sido intensos. Para mí los más duros de la residencia. Si ya venía con un ritmo de dormir 4 a 5 horas por día, desde la última semana de noviembre y hasta el día de inauguración, mis horas de sueño fueron reducidas a 2 e incluso 1 hora por noche… Si, estoy muy agotada, y la gente de la isla que me ha visto desde el principio me comenta que mi cara está demacrada. Sin embargo, sigo con la frente en alto e intento poner una sonrisa a cada una de las personas que me cruzo en el camino, aunque mi mal genio también abunda y parezco una chispa que prende con nada.
A veces sabemos que debemos parar, detenernos para recuperar fuerzas y proteger nuestro cuerpo, pero esta residencia me motiva tanto, que he preferido seguir y no hacer caso al cansancio. El tiempo también apremia, pero he tenido la suerte, de tener amigos y buenas personas a mi lado. Tengo a Matías quien me ha apoyado en el trabajo de toda la residencia y quien, aunque estos últimos días acá no ha estado, sé que sigue trabajando en la edición de nuestro video, y que regresa con mis encargos de Santiago. He tenido la suerte también de haber conocido a Marco, quien me intenta ayudar y apoyar en prácticamente todo lo necesario. Y la suerte de tener amigos de la vida en Santiago, como Mauricio y César, quienes junto a mi madre, han recorrido también la capital buscando aquellas cosas que por ser Chile un país centralizado, acá en el territorio no encuentro, ni siquiera en Castro, la ciudad más cercana a casi una hora en auto. Al final cuando miras a tu alrededor y ves los lindos lazos que has formado, el cansancio no importa, y ese aliento recibido te anima a seguir por conseguir tus objetivos asumiendo también que en el camino, varias personas te han abandonado. El caso es que en esta residencia no se trata sólo de terminar una obra y seguir sólo por ello, sino que se trata por conseguir que esa obra en la que tantas y tantos han colaborado, consiga llegar al corazón y las mentes de quienes en ocasiones sin darse cuenta, la han hecho posible.