Comenzando el viaje hasta la puerta de inicio de la carretera austral, Hornopirén, se advierten de inmediato las dificultades que la lejanía con la capital aún conserva en una conectividad básica como es este primer tramo de recorrido. Su pavimentación -en una zona con clima altamente lluvioso- comenzó recién el año 2010, hasta hoy, aún hay fragmentos concesionados con dinamitaciones diarias y un retraso de hasta dos años en los trabajos, prometiendo supuestamente su término total recién para fines de 2019. Mientras, el acceso de esta ruta básica para localidades como Ayacara por mar, desde caleta Pichicolo previa a Hornopirén, está nuevamente con problemas y ha vuelto a estar restringido para quienes logran con el mal clima pasar estos barriales que a momentos la ruta mantiene.
En el camino, me encuentro a Valentina, nació, creció y vive rodeada de toda su familia en El Manzano, caleta a un par de kilómetros antes de Hornopirén. Me cuenta que una de las plantas más endémicas y característica de la zona es el Pangue, al que comúnmente todos le hemos siempre llamado Nalca. Me acerca a un conjunto de ellas para aclararme la diferencia, relatando al mismo tiempo cómo el desinterés del país con la zona no solo confunde flora o fauna, sino que deja a localidades como Ayacara, o la suya, a pesar del turismo, en un olvido a menudo perjudicial. Me despido de Valentina, pensando en la importancia de al menos señalar la existencia de Ayacara, no solo como punto olvidado, sino también como el escondite secreto que merece un propio atlas. Pensar en Ayacara, es recordar cómo fue Hornopirén hace unos treinta años y que hoy se encuentra contradictoriamente entre el crecimiento favorable para todos y las consecuencias inevitables del extractivismo local.