Durante nuestra primera sesión del laboratorio de imágenes, sonidos y relatos, participaron 15 entusiastas niños de entre 4 y 12 años. Es un espacio abierto a todas las edades, pero por el horario y la larga jornada laboral de los adultos, llegó la poderosa infancia.
Durante dos horas estuvimos concentrados investigando. La propuesta consistió en plasmar lo inmediato: esgrafiamos animales, hicimos frottage con lápices cera, dibujamos con carboncillo, nos contamos historias y nos regalamos obsequios imaginarios. Aparecían historias de otros lugares lejanos a San José, que nos contaba Amaru, estudiante de 9 años, quien se presentó como mapuche, y quien es un gran narrador. Emergían cuentos sobre los animales, de los sueños, de las experiencias de los niños de San José.
Les brillaban los ojos cuando les comentábamos sobre el encargo de investigar sobre lo propio para convertirse en detectives de lo que hay cerca. Mirando de nuevo a sus madres, padres, abuelos, bisabuelos para preguntar lo que ya no se ve e imprimir en distintas técnicas todo el paisaje que inunda sus imaginaciones.