Podría pensarse que la escucha automatizada de los sonidos cotidianos que experimentamos, y que producen juntos ese murmullo de fondo que es el paisaje donde vivimos, hace que ruidos más débiles pasen desapercibidos, sobre todo en la ciudad. Pero tras algunas conversaciones previas a lo que serían las actividades de Laboratorio de Paisaje Sonoro, ese conjunto que en una ciudad como Santiago esta compuesto por el tránsito, la construcción y un murmullo de sirenas y millones de personas, todo en un mar que escuchamos casi inconscientemente; en el campo a quienes habitan aquí desde siempre y a pesar del silencio, también ocurre. Si bien todos conocen la mayoría de los árboles, plantas, moluscos, peces y miles de otras cosas que los rodean a diario, los incontables cantos de pájaros que entre rumeos de vacas y gritos de ovejas son su conjunto, se les escapan como un mar imposible de abarcar. Así, igual que se esconden detalles desde el inconsciente que escucha sin atención por falta de hábito, interés o por siquiera advertirlo, con Matías intentaríamos sensibilizar justamente la escucha de la forma más sutil posible. La construcción de una suerte de “juegos sonoros” -como les llamamos- que había instalado en la parte de atrás de la casa con los tubos y otras cosas encontradas, servirían para invitar al grupo a detenerse en sonidos que a menudo pasan desapercibidos en el ajetreo de su contexto y que de alguna forma los instalaría a cierta distancia de su habitual experimentación con el lugar. Ojos cerrados, oído agudo, palabras que compartimos intentando encontrar la respuesta -como excusa y no necesaria de ser respondida realmente- a “¿cómo suena este lugar?”. Por último, les entregamos grabadoras y audífonos y bajamos hasta la playa que está frente a la casa; los primeros registros les sorprenden, si bien aun no pueden ser escuchados, el sonido gracias al micrófono del aparato es “como clarito”, más nítido y mucho más fuerte de lo habitual.
Pensando en dejar dando vueltas algunas ideas para lo que sería la segunda jornada del laboratorio, nos llevamos todos parte de un texto -extraído y editado de un libro sobre arte sonoro que Matías me comparte- que trabajamos para reflexionar sobre ese paisaje que suena:
“Están dos peces nadando uno junto al otro cuando se topan con un pez más viejo nadando en sentido contrario. El pez los saluda y les dice: “Buen día muchachos ¿Cómo está el agua?” Los dos peces jóvenes siguen nadando por un rato, hasta que uno voltea hacia el otro y le pregunta “¿Qué demonios es el agua?” La pregunta e historia de estos peces, nos recuerda que muchas veces lo más simple y obvio nos resulta a menudo lo más difícil de ver y lo más inadvertido; como el sonido.”