Al despertar sentíamos que no podíamos más, dormir poco, comer mal, el esfuerzo físico, mental y emocional durante meses nos pasaba la cuenta a todos. Pero era el último esfuerzo para que todo saliera perfecto hoy por la tarde. “Ultimo día nadie se enoja” le dije al Teo cuando reclamaba que ya no quería ir más al Centro Cultural, que a pesar de ser su lugar favorito durante mucho tiempo (principalmente porque podía jugar video juegos por internet durante horas sin que nadie le dijera nada mientras nosotros construíamos o tejíamos o imprimíamos) hoy ya lo había cansado. Y qué le íbamos a pedir nosotros, si hasta nosotros que voluntariamente hacemos este trabajo y somos adultos, también sentíamos no tener más fuerzas. A pesar de todo esto, creemos desde lo más profundo de nuestro corazón que todo era una gran devolución de mano. Que durante todo este tiempo el valle y sus habitantes nos habían recibido con las manos abiertas, transparentes, comprometidos, sin miedo y con todas las ganas de vivir un proceso que no se podían imaginar hacia dónde los llevaría ni nosotros tampoco. Todo fue como un gran piquero en el río, todos juntos sin conocernos, pero confiando principalmente en el río que nos llevaría a un lugar nuevo inesperado y que iríamos juntos.
Hoy la exposición era la instancia para poder ver donde llegamos a parar. Para sorprendernos de nosotros mismos, observarnos, observar trabajos de los demás y poder sacar conclusiones, sentir emociones, decirnos lo que sentimos y pensamos frente a frente desde algo nuevo y original, como piezas de arte creadas por ellos mismos e inspiradas en el amor por su lugar, por su realidad, por su familia.
Finalmente llegaron los precisos. Las tejedoras, como siempre preocupadas y comprometidas, estuvieron antes de la hora de inicio de la inauguración de la exposición y armaron todo para poder ofrecerle a los asistentes algo para picotear: hicieron churrascas y sopaipillas con pebre, queques, jugos naturales (¡ahora que todos tienen fruta!) y un ponche. Llegaron de los grupos literarios, de la batucada, de las Wayras y lo mejor de todo es que venían con sus familiares cercanos o amigos. Fue una fiesta, las tejedoras se sentían orgullosas y mostraban sus obras y su gran intervención con los cuadritos (que quedó hermosa e imponente en la entrada). La señora Lucy hizo improvisadamente unas visitas guiadas a los asistentes explicándoles las historias detrás de las obras textiles: estaba la historia de la guagua con colmillos, la de la aparición de la virgen en la chacra, la de la pela de duraznos, la del franciscano sin cabeza, etc. Puras historias de la memoria de la señora Lucy y de la memoria Paihuanina. También hubo fotografías del proceso, fotografías del valle bajo nuestros ojos, fotografías de la intervención, etc. También César hizo un video arte con el material que se había rescatado de los videos antiguos e infinitos que nos había pasado don Sergio Pérez, el ojo de Paihuano. Estaban las piezas textiles que se lucían por sus colores, sus historias, su creatividad en técnicas y temáticas. Estaba el cuento de las Wayras con un textil hecho colaborativamente: la ilustración era del Ato y luego la bordaron y le dieron color las tejedoras con sus bordados. También estaban las creaciones del Nacho a partir de fotografías del gran paisaje. Se lucían también los poemas de los distintos poetas y escritores. Y bueno la hermosa e imponente intervención con tejido que hicieron las tejedoras y que se lucía en el cielo por el exterior llenando todo de alegría y color. Finalmente también los estampados y diseños que habían creado los cabros de la batucada y los dibujos que hizo el Canilla a partir de poemas de Aladino. Todo se mostró y todos los demás pudieron ver cómo cada uno formaba parte de una gran obra. Que finalmente todos fuimos piezas que con voluntad y creatividad se fueron encajando e inspirando al otro para crear algo nuevo, algo que nunca esperamos hacer.
Nosotros por nuestra parte, nunca habíamos hecho una exposición, a pesar de haber sido parte de algunas. Nunca tampoco pensamos en hacer una, fue una sorpresa y una experiencia muy interesante y desafiante. Tal vez es la gracia de una residencia como esta, son esas licencias que nos permiten escuchar el entorno y dejar de escuchar solo nuestras ideas. Y creo que todos hicimos cosas muy distintas a lo que estábamos acostumbrados y eso siempre es bueno, salir de los lugares seguros y escuchar el presente.
No podemos hacer más que agradecer esta hermosa experiencia, agradecer habernos encontrado con cada una de las personas que nos encontramos y que nos fueron estimulando y mostrando un mundo nuevo. Creo que descubrimos a qué se referían con “la magia del valle” y experimentamos su sincronía. Pudimos entender a qué se refieren con “el magnetismo” que se siente estando en esta tierra, fuerzas extrañas que hacen que todo parezca inmensamente feliz y sincrónico o inmensamente trágico y desenfocado. Gracias Paihuano.