BitácoraResidencias de arte colaborativo

Residencia: Agarrando Valle Paihuano - Centro Cultural, Coquimbo - 2017 Residente: Familia Casa Verde
Publicado: 24 de octubre de 2017
La magia del valle

Esta semana ocurrió algo mágico y preciado, gracias a las oportunidades que se dan en una residencia como esta.

Todo parte porque la vecina tejedora de Cochiguaz, Valesca, a quien se le ocurre y da la idea de hacer una intervención en un espacio con el tejido, quería dar sus tips de tejedora pues ella ya tenía experiencia con otras intervenciones con un grupo de tejedoras compulsivas en Coquimbo. Nosotros queremos intervenir pero nunca lo hemos hecho, ninguna del grupo de las tejedoras de Paihuano, ninguno del colectivo. Entonces que buen momento que nos juntemos.

Mejor se puso la cosa cuando, tratando de coordinar una nueva reunión con el grupo literario de Cochiguaz, resultamos terminar hablando con la misma Valesca para coordinar, y resulta que nos juntamos las tejedoras y el grupo literario el mismo día. Entonces proponemos “¿Y si nos juntamos todos juntos en el Centro Cultural de Paihuano y aprovechamos de cruzar lo que ambos grupos están haciendo?” la idea le pareció increíble y dijo que le haría saber al grupo de la idea.

Finalmente nos juntamos todas (porque tengo que decirlo: éramos puras mujeres y el César) con lanas sobre la mesa, con lápices, hojas, mate y jugos y se armó algo mágico.

Las del grupo literario leían poesías que han escritos sobre el valle, sobre su amada tierra donde viven, mientras las demás tejían. Las que llegaron ahí por el grupo literario se pusieron a tejer y las que tejían se pusieron a escribir. Hablamos de historias de cada sector, qué versión tenía cada una de la “historia de la vaca que se llevó el cóndor” de la historia “del ovni que cayó” de la historia de “la mona” que quedó petrificada en la piedra del cerro, de la historia de la virgen, de la fiesta de la virgen…

Fue todo orgánico, natural, no fue casi necesario intervenir… el asunto era haber logrado unir estos dos mundos distintos donde la mayoría no se conocían, donde habían afuerinas y locales, jóvenes y menos jóvenes, unas habían dado la vuelta al mundo antes de llegar al valle,  otras nunca habían salido fuera de esta gruta de cerros donde estamos. Unas tenían profesión, otras estaban recién sacando el octavo básico a sus 60 años. Todas juntas tejiendo, conversando de lo hermoso que es este valle, de lo amenazado que está, de cómo el humano se ha des-humanizado, de cómo y dónde han intervenido con lana antes, de cómo se hace o cómo se puede hacer… estuvimos hasta tarde, no nos queríamos ir.

Las escritoras se llevaron lana para traer cuadraditos la próxima vez, porque exigieron seguir trabajando, que nos volveríamos a ver todas. También hay señoras de Montegrande, Tres cruces, quebrada de Paihuano, etc., interesadas en tejer, y se llevan lanas porque no pueden bajar a las sesiones de tejido por trabajo, esta red se está tejiendo sola…

La señora Pepa que es de acá del barrio les dio las picás de huevitos de campo a buen precio que vende la vecina, también se llevaron de su arrope.

Todo ocurrió como tenía que ocurrir, las escritoras vieron todas las obras textiles que ya habían hecho las Paihuaninas y quieren escribir a partir de eso. A la señora Ximena, tejedora y Paihuanina, se le ocurrió esa idea y fue hermoso que se le ocurriera y que no tuviésemos que forzar nada porque a nosotros, se nos ocurría que podía ser el trabajo, pero a la vez qué bueno que no surgió como “nuestra idea” sino que surgió de ellas mismas. Y también surgió de ellas mismas que hablaran en qué se inspiraron para hacerlas, qué trataron de reflejar. Hablaron que cada obra estaba hecha con mucho amor, que lo habían hecho pensando en sus seres queridos que ya no estaban, en sus convicciones, en sus símbolos, en su familia…

Y nosotros nos fuimos felices, llenos. Nuestra segunda etapa estaba ocurriendo: el AFUERA ya estaba ADENTRO,  lograr unir, hacer dialogar y traer al Centro Cultural experiencias, encuentro y creación.

Sentimos que todo lo que estábamos haciendo ahora da sus frutos, que eso que al principio teníamos que dirigir, que teníamos que proponer, que teníamos que sacarlas de sus moldes de “taller de arte”, todo eso ahora estaba ocurriendo fluidamente, todo estaba empezando a dar.

Lo mismo está pasando con todo lo demás, lo de los chicos de la batucada, que ya confían, ya saben que no queremos engañarlos ni utilizarlos, que nuestro trabajo es simplemente conectar y dar profundidad a sus procesos, compartir experiencias, herramientas, gustos y haceres.

Estamos  plenos, la magia del valle y esa sincronía de la que todos hablan y que ya pensábamos que era sólo para atraer turistas, está ocurriendo. La podemos ver, observar, ver como acá las cosas son sincrónicas y que hay espacio para verlo. Se siente y por eso es una tierra mágica, como la canción de las Wayras.

Me hace sentido la intervención, más que nunca, porque son un reflejo de la red de tejedoras (porque son principalmente mujeres, por no decir que son sólo mujeres y creo que tiene que ver con el textil, hay una naturaleza femenina en este rubro y hay muchos hombres que conectan también con esto por su lado femenino), de la red que se teje aunque no nos podamos encontrar todos físicamente. Una red virtual que existe entre todos y que cada vez puede ser más grande y más fuerte, el lograr abarcar un espacio gigante con sólo tejido y hecho por muchas es un símbolo, es un acto de amor, es un acto de inutilidad de querer hacer algo sin pensar por qué o al menos sin que sea un porqué muy aterrizado. Es simplemente crear, necesitar crear, necesitar entregar amor hecho a mano, amor de madre, de abuela, de querer embellecer tu espacio sin que nada importe y ser muchas. Una gran red de muchas manos, muchas alegrías y penas entregadas e hiladas en el tiempo. Poder meditar, orar, pensar y volcarlo todo compulsivamente en un cuadrito de tejido.

Es lo que está pasando ahora con esta residencia, todo se está hilando como tenía que ocurrir, todo se está conectando. Cada grupo, que antes parecía tan separado del otro, ahora ha encontrado puntos de encuentro, puntos de interés y cooperación mutua y fortalecerse en ese encuentro. Creo que es hermoso que pueda ocurrir esto y que exista este tipo de instancias como una residencia de arte colaborativo que de manera honesta, clara y concreta propone descubrir lo que es el arte colaborativo y lo potente que es esto para una comunidad. Sé que es solo una semillita, que tal vez cuando nos vayamos se diluya todo, pero queda la experiencia y queda la potencia de la fuerza magnética que cada uno en este pueblo la encarna.

Gracias a la tierra por esta oportunidad, por sorprendernos y dejarnos enamorar de nuestro trabajo.

Gracias mujeres del valle del Elqui, nos enseñan cada día de cómo es vivir.

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