Un cambio rotundo de contexto completo es una llegada rápida para quienes vienen del norte, y sobre todo, de una ciudad como Santiago. Matías Serrano aterrizó en Ayacara para moverse por casi toda la península en solo unos días. Asombrado, como quedamos todos los que por primera vez llegamos, por ver solo flora y fauna nativa, sabiendo que los lugares donde eso sigue ocurriendo son mucho más lejanos que la Península de Huequi -como ya han decidido le llamaremos al menos en nuestro proyecto de mapa al territorio-, y generalmente se debe viajar mucho más austral aún para que todo sea “realmente autóctono”.
Una semana antes, había ocurrido un hecho extraño para todos los vecinos: se había instalado un nido de pajaritos en una de las esquinas del techo de mi casa aquí en Reldehue. Al principio, fue imposible saber de que tipo de pájaro se trataba, pues ninguno había podido ver salir o entrar a la madre de los polluelos. Al llegar Matías y comenzar a hablar de inmediato de los sonidos del lugar, le comento sobre los pajaritos y se interesa en ayudarme con la observación del huequito por donde se han metido. En unas horas, logro ver al menos cierta altura y forma, colores y plumaje de la madre volando por ahí, pero al describirla todos concuerdan que es un pájaro raro y que “hay que ver bien si es de aquí”. Edgardo durante el día se acerca a la cabaña y me cuenta que también ha logrado verla y que se trata de un pájaro que definitivamente “es foráneo”. Al mismo tiempo, en los alrededores inmediatos a la casa, han quedado partes de tuberías desechadas por las plantas salmoneras, y que traen para utilizar a modo de palos para cercos y otras cosas, pero que han quedado algunas también por meses ahí tiradas sin uso. Matías comienza a experimentar cómo amplificar -por la lejanía del techo y necesidad de tranquilidad de nido- el sonido de los polluelos dentro del entretecho para que podamos escucharlos. Entretanto, Edgardo nos lleva a hacer los primeros registros con él en el monte, hacia la pampa, arriba, y se interesa junto a Matías en el uso de la grabadora que hemos traído y en la dificilísima misión de identificar de qué pájaros se trata la sinfonía que hay en ese lugar. Un rato después, al volver a la casa, Matías ya está experimentando con varios de los tubos tirados y otros elementos encontrados en el lugar, pensando en una serie de ejercicios sonoros breves para entusiasmar a todos con “lo que suena”. Conversamos sobre la dificultad de sensibilizar la escucha y producir interés especial en lo que nos rodea a diario en este lugar, donde se puede oír a ratos hasta como el aire suena. Pienso en los polluelos y en lo que me contó Edgardo en el monte esta vez, eso de que aquí los árboles hablan entre ellos, y que por el cambio climático seguramente ha llegado este nido a armarse en mi casa, “porque seguramente los árboles conversaron que al no ser de aquí no podían recibirlo”. Así, esta pájara aún desconocida para los que están aquí, encontró su lugar y donde anidar -para siempre, pues el nido se construye para ella eternamente en el mismo lugar- en la esquina de quien tampoco es de aquí, y nos acomodamos de alguna manera paralela y juntas siendo unas extranjeras.