La semana que pasó estuvo marcada por una incesante lluvia. Ráfagas de fuerte viento, caída de granizos, una tormenta eléctrica y una lluvia que iba desde llovizna hasta un aguacero, acompañaron las jornadas en La Montaña. Aunque en ciertos tramos −de algunos días− el sol aparecía entre claros momentáneos (siendo lo más bello cuando el sol «mira para atrás»), lo que predominó fueron cielos oscuros y densos.
Esta situación cambió nuestro cotidiano y afectó las actividades que teníamos planificadas. Aquello no implica para nosotros el emitir un juicio de valor negativo o mucho menos. El viernes antepasado la lluvia nos jugó −en una primera instancia− una mala pasada, llevándonos a pensar que nadie llegaría, pero al avanzar los minutos sí aparecieron los vecinos, en especial las niñas y niños. También se suspendió el encuentro con el comité femenino, un poco por la lluvia, un poco por otras obligaciones que tenían las mujeres. El encuentro con los estudiantes del colegio funcionó a la perfección, con lluvia o sin ella, todos asisten (lo único malo fue que la micro pasó 5 minutos antes y tuvimos que caminar 40 minutos bajo la lluvia).
Lo dicho anteriormente implicó para nosotros conocer más aún el lugar donde estamos viviendo, comprendiendo que, a los problemas de poca locomoción, pésima conectividad y aislamiento, se suma el clima, el que en la semana que pasó, mostró su peor temperamento. De ahí se desprenden nuevas capas para relacionarnos con las personas de La Montaña, viviendo el vínculo que tienen con la tierra y el clima, además de experimentar la importancia de los espacios de convivencia familiar, como el comedor y el calor en torno a la chimenea. Si no se puede salir por el viento y la lluvia, se comparte la mesa y se hace una comunidad familiar.