Entre Caleta Gonzalo y Chaitén, el tránsito habitual de la carretera austral, cada vez más pavimentado, se encuentra dentro del mismo Parque Pumalín. De carácter privado y al mismo tiempo tratado como reserva nacional, conmueve en cada paso con miles de especies en flora y fauna nativa durante todo el trayecto. Sabiendo que la industria forestal arrasa constantemente con esta esencia de identidad local, nacional, endémica, recuerdo antes de volver a Ayacara esa misma impresión de revelada naturaleza, de identidad oculta, lejana, y fundamental viva allá también. A la espera de partir y buscando conexiones posibles para una futura difusión del proyecto, Chaitén se muestra como otro punto importante para el tránsito de comunidades, familiares, enseres y trámites que incluso incluyen el cruce hasta Quellón. Chaitén, capital comunal, se instala dentro del recorrido como una suerte de punto de encuentro no sólo entre norte y sur, o el tránsito isleño, sino que también en la cotidianeidad que los de la zona viven con el cercano cruce hasta Argentina.
Dentro de toda esa mezcla de población flotante y poco estable arraigada nuevamente en la ciudad-pueblo de Chaitén, Ayacara se encuentra algo más reconocida por quienes hemos compartido, sin embrago, la mayoría jamás ha pisado la península y se ha quedado dentro de la barcaza cada vez que la Naviera hace escala semanal allí en el tramo por mar entre Chaitén y Puerto Montt. Días antes me advierten que pocos viajan, y que es posible que sea la única que baja en Ayacara, algo que sucede habitualmente y que ejemplifica eso de que Ayacara nunca llegó a ser el nuevo Chaitén, pues tal como nos han comentado, muchos después de la erupción se instalaron allá un tiempo, pero luego retornaron a de a poco nuevamente, apesar del peligro. Todo se ha querido volver a rehacer en Chaitén, si bien aún se ven claras las consecuencias en el terreno de la erupción y devastación del año 2011, las proyecciones, entusiasmo y dedicación con que diferentes negocios, tradiciones y emprendimientos turísticos desafían al tiempo por venir, da cuenta de una comunidad resiliente con el pasado.
En la cabaña donde me alojo, una de las señoras que trabaja allí me cuenta que vivió en Ayacara un tiempo después de la erupción; ella, su madre y hermana, eligieron Ayacara por su tranquilidad, familia cercana y espacio de acogida en que se transformó cuando Chaitén quedó bajo las cenizas. Ella volvió, pero ahora su hermana a cruzado a Quellón y su madre se ha quedado con otros parientes allá. Para verse, las tres deben realizar maniobras complejas entre sus trabajos, fechas y clima para el funcionamiento de las embarcaciones, junto con la dificultad de horarios y disponibilidad de cupos para traslado de objetos mayores; algo común si se trata de un territorio-isla como Ayacara.
A la espera, pienso en cómo todo un conjunto afectivo de familias, se encuentran conectadas desde esta ciudad, cómo a pesar de la cercanía y de encontrarse “casi a la vueltecita de la esquina” – como me dijo la sra. Miry en Chaitén- Ayacara se ve y siente lejana, como ese territorio-isla continúa siendo misterioso, lejano y casi inalcanzable desde donde investigar y motivar a otros con la experiencia artística.