En la escuela de Ayacara están todos en días de matrícula, por lo que el espacio que teníamos destinado a nuestra próxima actividad fue cambiado a una de las salas de básica, trayéndonos un ambiente más acogedor para reunirnos. Entusiasmadísimos observamos por un rato los papeles ya secados y listos para trabajar que se habían creado. La ansiedad de todos por hacer algo con ellos viendo las diferentes herramientas y equipos que habíamos llevado para el laboratorio, era gigante, pero había como siempre varios a los que esperar. Mientras -y aunque el cronograma de la jornada era algo más ordenado- ven el mapa gigante que se trabajó en el muro del fondo imposible de soslayar. Espontáneamente y sin necesidad de más planteamientos, quieren comenzar a intervenirlo. Un mapa mudo, un mapa vacío, es un mapa que trabajar y comunica eso en sí mismo, pensé. Primero las localidades más destacadas por su concentración de mayor población -unas 20 casas, en vez de 5 por ejemplo- se encuentran señaladas rápidamente por varios que han llegado del grupo. Algunas discusiones en torno a la ubicación de cierta localidad o cierto río dentro del mapa, generan espontáneamente un interés mayor en la actividad.
De pronto, llegan todos los que faltaban y comenzamos el laboratorio de encuadernación. Si bien las dos técnicas que Majo Puga nos comparte son simples, el trabajo que se realiza trae más soltura a todos después de los primeros encuentros. Se pelean los materiales con enormes ganas, y rápidamente comenzamos ver como la creatividad de todos en torno al propio papel creado, las posibilidades que este puede traer en esa creación, y sobre todo el valor de lo hecho por uno mismo se alzan. Las libretas que creamos de diferentes formatos serán parte futura de las experiencias en terreno que realizaremos, y cada quien la piensa un poco con la idea de hacerla propia en esos registros futuros. Al terminar, seguimos viendo el mapa ahora entre todos, incorporando algunos puntos mayores y otros detalles. De pronto, se nos suma Don José, un auxiliar de la escuela de unos setenta y cinco u ochenta años, que nos da algunas luces sobre localidades menos nombradas en otros mapas, recovecos del territorio que resultan interesantísimos de incluir para todos. Al casi terminar, un par de profesoras de la escuela entran a la sala preguntando por que no se les avisó del proyecto y la actividad. Lamentándonos, entendemos que por motivos humanos e intereses diferentes, a veces los compromisos cambian o no se cumplen. Aunque nos sorprendemos de que en la escuela no haya habido ninguna difusión como se había comprometido, y enterarnos que finalmente logramos el grupo de trabajo bajo la gestión propia sin más ayuda de las instituciones involucradas, nos alegra ver que se valora lo que se está haciendo de forma rotunda, que hay más entusiasmo del que pensábamos, y que atrás de un mapa gigante y muchos papeles reciclados, hay un grupo formándose en torno al cariño por el territorio y la experiencia artística como alternativa fuerte de reunión y expresión colectiva. Ahora, somos muchísimo más que diez.