El sol quemaba la tarde del miércoles. Una luz muy bonita dibujaba a los pequeños, sentados en círculo, en medio del pasto. Todos estaban curiosos, cuando una cámara fotográfica analógica y su lente circularon por sus manos inquietas. El mecanismo de clic, de las cortinas y de obturación, se escuchó varias veces como una nueva pieza mecánica. El lente estaba separado de su cuerpo, y se convirtió en el ojo incisivo de quienes lo disfrutaron por primera vez.
Era el día del objeto querido. Algunos lo trajeron de su casa, y el Alonso, preguntó sí su mochila podía ser el objeto, otros lo mostraban como su trofeo. Acordamos dividirnos en cuatro grupos, junto con Javiera y Anita, de Servicio País, y comenzamos el ejercicio de sonido, fotografía y relato.
Pusieron una bufanda azul sobre una rama abandonada, la pelota de football sobre el pasto y aprovecharon un árbol robusto para enganchar una chaqueta. Era el espacio físico para comenzar la historia de cada objeto querido, por separado primero y que cada estudiante debería fotografiar y después juntar para relatar.
El sonido de sus voces, del entorno a través de las grabadoras, se convirtió en otro elemento para inventar. Las historias empezaban a tejerse. Los objetos se juntaban y se convertían en personajes animados. Los escenarios fueron disímiles: un columpio, donde conversaban la pelota, la bufanda y la chaqueta; un pedazo de muro sobre el pasto, donde aparecían la florcita, don pegamento que caminaba lentamente, el pompón, el scotch y el collar; un libro que sostenía al auto cumpleañero. Otro columpio en peligro por la retroexcavadora.
Cada grupo grabó su historia. Con los audífonos en las pequeñas cabezas, aparecía el asombro, la risa, el movimiento. Poco a poco las ideas se juntaron con estos elementos cercanos y armaron pequeñas películas.
Cerramos la sesión compartiendo lo descubierto. Continúa el encargo de las entrevistas a sus amigos, vecinos y familiares para la investigación del territorio.