Con data show y la once habitual, nos reunimos a oscuras en el comedor de la escuela para visionar fotos. Algunos vecinos las habían facilitado y después de escanearlas, correspondía la selección, para el libro y para el muro.
El puente estaba inundado en 1997; la calle de asfalto era de tierra; Checho era más joven; otros que ya no están, inauguraban la antigua posta; la Paulina reconocía a su mamá en blanco y negro; aquel hombre misterioso de chupalla en la barcaza de madera, empezaba a ser un hombre conocido; la joven Pamela, aparecía en un borde del carro alegórico; bañistas jóvenes posaban en el estero. Transcurría la memoria colectiva en un pequeño cine de fotos viejas.
Mientras, el Matías nos acercaba con sus imágenes, al Festival de la Esquila que desarrolló hace algunos años.
Lo anecdótico hacía presencia. Íbamos proponiendo entre todos cuáles imágenes quedarían. Además de leer textos escritos para el libro por Marcia y Matías.
Conversábamos de las propuestas para el mural. De cuáles elementos finalmente lo conformarían. Los silos, el pato de río, el pejerrey, el espino, el quillay, el coipo, eran de los referentes definitivos para el muro, quedaban otros, quizás hasta cinco más, por definir. La paleta de colores, basada en una propuesta de Paulina y realizada en un ejercicio anterior, también quedaría.
El contenido del muro mural en sus sesenta metros, debía ser preciso, discreto en su concepción gráfica y con la capacidad para mostrar en imágenes y textos, una breve enciclopedia de San José.