Para esta semana sabíamos que se venía harto trabajo, estábamos intentando crear una instancia que juntara los distintos mundos que hemos encontrado en esta aventura de Paihuano. Se veía complejo al principio y varios nos miraban con incredulidad cuando les decíamos que queríamos juntar a los locales y los afuerinos, a los chicos y los viejos, a los hombres y las mujeres, al perro y el gato, y todo aquel que pareciera opuesto a otro. Encuentro de mundos le pusimos, a propósito del fin de semana que conmemora lo que se supone fue “El encuentro de dos mundos” (o “Día de la raza”, “Descubrimiento de América”, en fin tantos eufemismos para lo mismo). Nos parece tan irrisorio el nombre de lo que se conmemora que quisimos re-significarlo tratando de encontrar puntos en común y de aporte de cada “mundo”.
Entonces era evidente que la mesa podría ser aquello que nos reuniera a todos en un mismo acto: alimentarnos y compartir. Simple, concreto y para todos comprensible. Paihuano en un plato, sería la actividad de un almuerzo comunitario ideado por el grupo de mujeres tejedoras con la que estamos trabajando, donde prepararían un almuerzo que para ellas representa su lugar. Ese fue el punto de partida y de ahí ellas se volvieron las actrices principales de El encuentro de mundos.
Mientras ya sus trabajos textiles grupales e individuales estaban en sus últimos detalles, empezamos a hablar de comidas: ¿Qué comían antes para esta fecha? ¿Qué plato para usted representa Paihuano? ¿Cómo prepara la churrasca? ¿Tomaban sopas? ¿Toman té o café? ¿Con quiénes? ¿Quién preparaba? Así de a poco fue apareciendo el posible menú. Apenas una decía un plato la otra tiraba el siguiente y después venía la discusión de cómo se preparaba, con qué se acompañaba, y en fin… ya sin darme cuenta tenían pensado todo, quien traía qué, cuantos pocillos de postre y de qué color y hasta donde lo habían comprado.
Se tomaron el espacio y preparamos un menú 100% Paihuanino y popular: Porotos con trigo Majado, Ajiaco Original Paihuanino, churrascas con pebre, jugo de huesillos y de naranja natural (el original debiera ser con frutas del árbol) y de postre la clásica leche nevada y una sorpresa para todos los afuerinos: Macho ruso con arrope (una mezcla de leche con harina y con arrope). Un menú popular pues la mayoría de los platos reflejan la enorme creatividad y sazón que se puede hacer con ingredientes básicos: harina, leche, huevo, pan duro, poroto, elementos que todos tenían y que recuerdan todas saboreándose y viendo en su mesa clásica ese plato que les preparaba su mamá, abuela, cuando todo se sacaba de la siembre o se truecaba con un vecino. Cuando no había camino o llegaba poco de afuera. Para mí este menú representaba 100% el aislamiento que significa vivir acá y lo más impresionante: saber organizarse. Se notaba que muchas veces habían tenido que organizar ollas comunes y almuerzos comunitarios, en cosa de minutos ya habían resuelto la mayoría de los problemas delegando roles, repartiendo tareas y aportando con lo que cada una tenía en su casa: “Yo traigo los porotos señoritas, no vaya a traer de supermercado yo tengo de cordillera”, “yo remojo los porotos”, “yo traigo canela para el postre”, “ yo sé quién tiene arrope”, así nos hicieron una clase de cómo se organizan las cosas y de cómo entender un grupo: cada uno tiene un compromiso y tienen que cumplirlo.
Con César nos hemos sorprendido hasta el último momento de este grupo de mujeres. Son mujeres adultas, unas más jóvenes, otras bien abuelitas, la mayoría trabaja o han trabajado de temporeras en las parras, antes en los duraznos y antes en los nogales y así madres, dueñas de casa, responsables, comprometidas, participativas y deseosas de aprenderlo y hacerlo todo. Para nosotros ellas representan las ansias de hacer y aprender, las ansias de compartir, de salir de sus casas y sus rutinas de siempre y tomar todo, incluso eso que no entiendo.
Ese día llegaron antes de lo previsto TODAS las encargadas de la cocina. Luego se pusieron a decorar, a regar, a mover mesas, barrer, manteles y ya tenían tomado el lugar. Daba gusto ver eso, ver el Centro Cultural ocupado por las mujeres del barrio. Luego vino la comida y todos nos deleitamos de lo lindo degustando. Estaban deliciosos y varios no habíamos comido nunca esos platos. Se llevaron aplausos, agradecimientos y disfrutaron de todo. Yo intenté mil veces que dejaran de hacer en la cocina pero entendí que debía rendirme, que era su baile, su momento, su saber al servicio de todos.
Queremos seguir trabajando juntos. Ellas con nosotros y nosotros con ellas. Nos nutrimos entre todos, aprendemos, jugamos, discutimos, reímos…
Gracias a todas por su sabiduría.