Durante los meses de enero y febrero pasa -seguro no solo por acá- que las mareas son tanto por el clima como por la luna, mejores para aprovechar de sacar no solo mariscos, sino también algo que hace rato escucho esperan: la luga. La luga, es una especie de alga que puede diferenciarse de las demás por tener un color café rojizo más oscuro, y una densidad más gruesa que la típica alga marina que el mar trae. Es utilizada para procesamientos químicos que la convierten en jabón, y por lo tanto es usada para la producción de shampoo, lava lozas y otros artículos de limpieza que producen espuma. La luga es esperada por todos en la península, pues y a pesar de que es un trabajo lento, camiones pasan a fines de mes para comprar los sacos que diferentes familias logran recoger. Baja la marea, se recoge la luga y se deja secando al sol en la misma playa o en los pastos más arriba.
Esa tarde y aunque habíamos invitado a todos a la casa a trabajar, mientras con Ángela y Jonathan continuamos con algunos elementos que faltan para nuestro impreso, vimos como subían sacos de luga, hasta formar un largo camino que vuelta y vuelta cada cierto tiempo al sol, van secándola para la venta. Los demás me explicaron “estamos todos estos días pendientes de la luga”, así es que el trío que pasamos la tarde juntos, los niños y yo, continuaríamos con lo poco faltante. Trabajamos durante varias horas el fondo del mapa, los relieves del volcán y cerro, los bordes y diferencias de costa y mar, pero sobre todo, había que terminar las tipografías del proyecto y un par de elementos aun sin dibujar, como el salmón y las hojas de cada árbol a incluir. Como se ha vuelto habitual para el grupo, e incluso para cuando nos reunimos o vemos unos pocos, ya queremos terminar para volver a nuestra partida de carioca, mientras la luga ya comienza a guardarse en los sacos seca y nuestro impreso tiene los contenidos casi listos para diseñar.