El comenzar a ser parte de una comunidad, más aún de una pequeña y familiar como lo es La Montaña, involucra el olvidar una serie de cuestiones, cómo el que uno viene a realizar ‘arte colaborativo’ con el grupo o el que uno tiene algún tipo de experticia, e incluso, olvidar la autonomía del campo artístico, laboral o económico, como segmentación de los quehaceres que actúan en la estructura social.
Comprendiendo aquel desprendimiento de categorías y normas adquiridas a lo largo de los años, uno se encuentra, básicamente, viviendo acá. Y en este habitar, Don Nato y Doña Mirta nos han enseñado distintas actividades, las que constituyen su cotidiano y sus tradiciones, y que, poco a poco, nos permiten experimentar como es la vida de los que habitan La Montaña.
Los saberes que han compartido con nosotros han sido variados. Hemos aprendido el trabajo que involucra una pelcha para hacer carbón con madera, cortando y cargando troncos, apilándolos en un agujero en la tierra. Hemos aprendido a hacer tortillas de rescoldo, cómo amasar y preparar las cenizas para luego tirar la masa a que se cocine en estas. Hemos aprendido a tostar granos de trigo para hacer harina tostada. Hemos iniciado nuestro aprendizaje de montar a caballo y tallar madera. Y hemos visto cómo descueran un chivo para venderlo. Todos estos saberes habitan el cotidiano de Don Nato y Doña Mirta.
Los encuentros que se han producido en este compartir prácticas, fruto de nuestro deseo de aprender y del deseo de Don Nato y Doña Mirta de comunicar, han permitido que nos permeemos con la vida de este lugar, en el que viven saberes que se resisten al olvido.