Se canta a Renca
Nada podrá apartar de mi zapallo
la sed de aquella misteriosa resaca,
ni el resultado que en mis ojos tuvo
ni la peiná que me dejó en el alma.
Todo lo puede el tiempo, sin embargo,
creo que ni la guadaña ha de borrarla.
Voy a alargarme aquí, si me permiten,
con la lata mejor de mi garganta.
Por aquel tiempo yo no comprendía,
la pulenta, ni cual era mi chapa,
no había tirado aún mi primer chiste,
ni destapado mi primera lágrima:
Era mi cucharón ni más ni menos
que una tarjeta BIP ya caducada.
Mas sucedió que por la pega
fui desterrado al centro, a la lejana
comuna de Renca, donde el Lorca
cocina una ciudad abandonada.
Partí entonces y sin pensar había llegado
a Cal y canto una mañana clara.
Siempre había vivido mi familia
en el litoral central, frente a la playa,
de manera que nunca, ni por pienso,
se conversó de Renca en nuestra casa.
Sobre este punto yo sabía apenas
lo que en los matinales señalaban,
y una que otra cuestión de contrabando
del informe central vía televisión plana.
Descendí del metro entre haitianos
y una tanda de puestos de peruanas,
cuando el Transantiago me cogió de un brazo,
y volviendo los ojos a la zapla,
libre y curada explanada que a lo lejos
una comuna sin nombre cobijaba,
como quien dateaba una oración al oído
con un tufo que tengo en la ñata intacta:
«Esta es, artistoide, Renca». La renca serena,
la renca que más la lleva en toda la patria.
No sé decir porqué, pero es el caso
que una dureza mayor me llenó el alma.
Y sin medir, sin dudar siquiera,
la magnitud real de aquellos tranzas,
eché a correr, sin orden ni concierto,
como un desesperado hacia la plaza
y en un instante memorable estuve
frente a esa gran comuna de fritangas.
Entonces fue cuando extendí los brazos
sobre el haz ondulante de sus pastas,
rígido el cuerpo, las pupilas fijas,
en la verdad sin fin de la vagancia.
Sin que en mi ser moviérase un pelo,
¡Como la sombra en escabeche de sus gárgolas!
Cuánto tiempo duró nuestro vacile,
no podrían decirlo las palabras.
Sólo debo agregar que en aquella gira
nació en mi mente la inquietud y el ansia
de hacer en verso lo que en pipazo y pipazo
Dios a mi vista sin cesar quemaba.
Desde ese entonces data la ferviente
y abrasadora sicoseá que me arrebata:
Es que, en verdad, desde que existe el mundo,
la merca de Renca en mi persona estaba.
-N.P.