Al llegar a Ayacara la tranquilidad interrumpida por las camionetas que a ratos pasan, es evidente en el contraste con lo que antes se había visto en el recorrido que trajo hasta acá. En Ayacara no hay turistas, ninguno, nadie está de paso -o muy pocas veces- y todos se conocen. La reunión con Paz en la Municipalidad, entrega colaboraciones fundamentales para lo que queremos desarrollar. Tras ella, tenemos la más importante: la presentación del proyecto a la escuela de Ayacara y la búsqueda de su apoyo como espacio de encuentro para las actividades. Durante la reunión, se escuchan y comprenden miedos, inseguridades y dudas de óomo lo que pudiera hacerse a través de una experiencia artística con quienes participen en el proyecto resultará ser algo importante. «¿Y si no sucede nada con esto?» La pregunta sobre qué es capaz o no el arte de aportar a una sociedad o a un grupo pequeño de personas, es una pregunta prácticamente ontológica en la relación arte-ser humano-vida. Ayacara sufre de falta de participación en casi cualquier actividad que se realice, y se entiende bien el por qué. Por años, la península de Huequi ha permanecido no solo aislada del turismo de la zona, de la conectividad necesaria, de los accesos físicos, virtuales y territoriales, sino también aislada de incluso su polo más cercano, Puerto Montt, de cualquier actividad cultural, y mucho más aislada de lo que las artes visuales e incluso el arte contemporáneo pudiera aportar. Junto a Catalina, del programa regional, salimos de esta reunión algo preocupadas, sabiendo que la falta de estas experiencias y contexto ha hecho que exista una desconfianza frente no sólo a los contenidos o resultados que el proyecto pudiera tener, sino también de si incluso algo realmente ocurriría. Ayacara ha sostenido diversas presentaciones de promesas en torno a vialidad en la zona, accesos mejores, y otros temas que jamás se han cumplido. La desconfianza en lo que pudiera o no ocurrir, se complementa con esto que me queda dando vueltas: «¿qué pasa si aquí no pasa nada con lo que se haga?» Ante eso, me pregunto: ¿Podría el arte tener la característica de no provocar «nada»? Veo un desafío importante, que al mismo tiempo hace comprender por qué ha sido elegida esta zona para esta experiencia. El día de estas reuniones se cruza con la celebración del cierre del proyecto cultural que Gastón de Servicio País ha llevado a cabo junto a la comunidad. Nos invitan a la inauguración de una exposición fotográfica con imágenes realizadas por los habitantes de la península, con paisajes, actividades y otros registros de su entorno cotidiano. Paradójicamente, hablamos de la importancia de esta práctica fotográfica durante el proyecto hecho, la cantidad de fotografías que se han recibido y cómo la participación -aunque a pesar del horario fueron pocos al evento mismo- de todos los que enviaron sus imágenes para que fueran exhibidas a todos. Dentro del pequeño grupo que asiste, está Merlina, una niña de la escuela de Huequi que junto a sus compañeros han ido con la directora al pequeño y acogedor evento. Merlina junto a otros, me escucha hablar en mi presentación breve sobre cómo llegué a ser artista y lo importante que es el arte dentro de una comunidad. El contraste de la falta de confianza en lo que el arte puede entregar en la primera reunión se quiebra drásticamente de un momento a otro: Merlina se me acerca y me entrega una piedra, una de las miles del lugar, de esas hermosas que Ayacara tiene. Me agradece por estar allí, me pide participar y me dice: «para que tengas suerte en todo». De alguna manera la suerte, ya nos acompañaba.