Partí con rumbo a Montepatria el 2 de Enero. Me llevó hasta Ovalle un bus en el que pusieron una película de Hollywood en donde un tiburón gigante se comía a personas y naves submarinas de última generación (Megalodón creo que se llama). Pensé en lo brutal que es el aparato de promoción y difusión de contenidos neoliberales. Una práctica industrial en donde la sofisticación, el trabajo y la técnica se ponen al servicio de unos delirios estúpidos que promueven la falta total de sentido y sensibilidad como valores culturales, una idealización de lo grotesco, lo exacerbado, lo burdo, lo vacío. Como efecto lateral de transportarse hacia el norte (en bus) se nos somete a un adoctrinamiento sutil disfrazado de entretención. De alguna manera este bus es también un espacio de adiestramiento cultural en el territorio. Ya en Ovalle leo escrito con spray rojo y negro sobre los muros del Mall algunas consignas en contra de nuestro impresentable presidente. Con esperanza reconozco que en Ovalle también hay una resistencia al modelo neoliberal, que el país le quiere dar la pelea a este modelo vacío y esclavizante, una manera de vivir y sentir que solo puede generar depresión y el aplanamiento de toda singularidad, una dilución de las maneras alternativas de vivir y de pensar.
Ya en el bus que se adentra en las montañas hacia Montepatria, lo que transmiten los monitores es una selección de cumbias noventeras, respiro aliviado observando que la onda expansiva neoliberal tiene resistencia y se le hace un poco más difícil adentrarse en las montañas en las que me preparo para vivir los próximos tres meses.