Asumo este primer mes como un tiempo de inmersión el territorio. Las ideas que pude haber tenido previamente respecto del territorio se me hicieron prejuiciosas. ¿Cómo se puede pensar, percibir o incluso ver un lugar sin habitarlo? Me propongo permanecer, estar, antes de tomar decisiones. Deshago mis intenciones y me someto al ejercicio humilde de estar, pero estar en un estado de movimiento y comprensión (al menos asimilación) de este lugar como territorio natural y cultural. En el centro cultural me entregaron un programa de actividades en la comuna, un alto de hojas corcheteadas, cada una con un esquema diario en donde se describe una o varias actividades en las distintas localidades de la comuna. Tengo un auto con el que manejo hasta los distintos lugares que me señala el calendario; fiestas, jornadas de vacunación de mascotas, encuentros ciudadanos, debates, bingos, espectáculos callejeros. Manejo entre montañas, como en restaurantes locales, me siento a matar el tiempo en plazas, compro artículos a los artesanos de la zona, le meto conversa a las personas que me atienden en negocios de barrio. Por las noches pongo una silla en el patio y miro las estrellas, escucho los sonidos que hacen los loros. Llevo a gente en el auto, noto que, cuando se presentan me dicen su nombre y apellido, me describen sus vidas, lo que hacen en el día, como si estas actividades fuesen un valioso elemento. Trato de no hablar mucho, prefiero escuchar.