En la tarde fuimos a caminar al río Lluta con la intención de cruzarlo y subir el cerro que hay al frente. Pensábamos que ese cerro podía tener una bonita vista.
Se veía más fácil de lo que en verdad era, primero nos enfrentamos a la dificultad de cruzar el río, buscando en qué piedra podíamos saltar para después buscar la siguiente piedra, la otra orilla era un sueño muy lejano. Primero cruzó el Nico, no le costó mucho, es el único hombre del grupo y sus piernas son más largas, con una agilidad impresionante cruzó y nos dijo a nosotras que pasáramos. Yo siempre le he tenido miedo a caerme, por lo que le dije a la Naty que pasara ella primero, se mostró más valiente que yo y con decisión cruzó el río, pero ya casi llegando a la otra orilla se cayó al agua mojándose un zapato hasta el calcetín. Al mirar esta situación mi miedo por caerme creció, ahora sí que no quería cruzar, después de mucho buscar un lugar con más piedras, e incluso poniendo algunas nosotros, por fin me atreví a pasar y para mi sorpresa no me caí.
Después de esta primera dificultad comenzamos a acercarnos al cerro para subirlo, pero sin antes tener que cruzar un pantano con totora, que nos dejó un poco más embarrados de lo que ya estábamos. De cerca el cerro no era la duna blanda de arena que imaginábamos, sino que una pared empinada llena de rocas sueltas. Parecía imposible subir, pero la aventura no podía terminar, así que lo intentamos de todas formas. Con mucho esfuerzo escalamos una cuantas piedras, pero no lo suficiente para llegar a la magnífica vista que esperábamos ver, de todas formas no podíamos seguir porque las rocas asesinas estaban sueltas y cuando uno pisaba no se sentía seguro.
Nos tuvimos que ir, no logramos la vista que queríamos. Pero de todas formas había una solución: subir en auto por un camino para llegar a un mirador. Finalmente eso hicimos, fuimos en nuestro auto hasta ahí y miramos el valle de Lluta desde la altura. Por fin llegamos al lugar que queríamos y así poder apreciar la inmensidad de Lluta.