En esta residencia, nos dispusimos a una nueva experiencia, trabajar con artistas en su propio espacio. Omitir jamás la calle, la plaza, la casa de alguien, nuestros escenarios comunes. Entrar en un lugar que para cualquiera de nosotros, trabajando duro durante años y años, sería un sueño de vida. Un espacio cultural con todas las comodidades.
Acá no falta nada (material). Solo faltaba algo esencial: Escuchar.
Nos hemos encontrado con miradas que brillan, pero que entre ellas no se conocían.
Acá cerramos un ciclo propuesto por nosotros mismos, que era el de llevar arte a las personas que tuvimos la posibilidad de acercarnos en Mejillones, por eso la propuesta de profesores dentro de todas las artes que maneja Fuego Negro. Nuestro fin, que esos ojos que brillan se conozcan y reconozcan, se vean, se toquen, se quemen, se respeten y sobre todo, que se escuchen.
Ahora iniciamos una nueva etapa, donde los un@s se juntan con l@s otr@s y l@s otr@s con otr@s más y que quien quiera subir al carruaje, bienvenido sea.
Dentro del trabajo que finalizamos y el que empezamos recordamos unas palabras de la maestra Ariane Mnouchkine, directora del Theatre du Soleil
El trabajo colectivo no es la censura colectiva. Cuando discutimos sobre una idea tenemos que evitar que sea atacada por tres o cuatro antes de que haya sido totalmente expresada. Probamos las ideas más locas de algunos actores. Nunca las aplastamos en el cascarón. Después, hay que dejar que avancen los que avanzan, que aparezcan los que traen la luz, los que yo llamo “locomotoras”. El trabajo colectivo es todo menos un trabajo igualitario. Están los que conducen, los que inventan, desde cualquier punto de vista, y los que son menos experimentados, o están menos entrenados, y que siguen, pero que también son indispensables.